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Sargento Emilia

Caza de brujas y matonismo virtual

Es cierto que, al escribir, nos auto censuramos y que, al corregir, eliminamos aquello que no nos parece adecuado dejar por escrito. Después llega otra censura que es la que nos impone nuestro entorno y nuestras circunstancias personales, en el momento en el que escribimos, y que tiene que ver con lo políticamente correcto y con las consecuencias que lo escrito nos puede acarrear.
Pero con las redes, ambas censuras ya no parecen necesarias. Frente al teclado, todos opinamos sin tener conocimientos sobre el asunto en cuestión y sin haber contrastado los datos que se manejan. Se espera, aun dejando muertos en la cuneta, conseguir a cambio a muchos seguidores y una infinidad de “me gusta”. Esto nos hace felices. Todo vale para ejercer el derecho a la indignación y la disidencia. Para colmo, si alguno de nuestros followers nos lleva la contraria: lo eliminamos o lo bloqueamos sin titubeo. Así se llega al linchamiento, en las redes, donde no existen normas preestablecidas, ni sanciones aparejadas a comentarios ofensivos. Es una censura horizontal en la que todos somos Jueces. La poscensura es además arbitraria, aun diciendo las mismas gilipolleces, no se sanciona a todo el mundo por igual. El concepto de víctima se va diluyendo en las redes, por que esas víctimas se convierten también en linchadores, cuando se les presenta la ocasión. Los que ejercen de defensores de la libertad de expresión y del diálogo se vuelven a su vez radicales cuando se les ataca a ellos y recurren sin pudor a tirar de antecedentes, para afearle a alguien su conducta, utilizando, por ejemplo, sus comentarios en la red, con carácter retroactivo. Así todos vivimos en una ficción en la que después de enfadarse o poner a caldo a alguien  nos vamos tranquilamente al gimnasio o a llevar a los niños al colegio. De esa manera tenemos todos la sensación de estar haciendo algo por la sociedad cuando en realidad no estamos haciendo nada.
¿Cómo se puede medir la ofensa en las redes? Esta va a depender de la capacidad de organización de la víctima, es decir del número de internautas que le va a apoyar. Pero también de que dicha ofensa pueda servir a algún colectivo para sus intereses. También es verdad que existen ofendidos de primera y de segunda. El ataque a negros y mujeres es imperdonable, sin embargo las descalificaciones de políticos y policías se perciben como aceptables y naturales. (Bueno los policías actualmente han ganado puntos)
En las redes sociales no gustan las posturas intermedias: “o estas conmigo o estas contra mí”. Si se critica a la derecha uno es necesariamente de izquierda y si uno critica a la izquierda ha de ser obligatoriamente de derecha. Lo de la crítica constructiva te convierte en sospechoso y ya no tiene sentido en el Internet de rápido consumo. A golpe de pantallazos se hacen públicas conversaciones que tendrían que haber quedado en el ámbito de lo privado. En verdad estas tienen el mismo valor que las barbaridades que uno dice, acodado en la barra de un bar. En todo caso habría que perseguir a quien las ha hecho públicas. A pesar de que la información solo interese durante unas horas o minutos y se ha convertido en un pasatiempo, la condena digital es una condena perpetua que permanece en la red y que puede afectar a las oportunidades de encontrar trabajo por ejemplo. También los sentimientos son efímeros y ficticios, sin embargo, paradójicamente, pueden derivar en fanatismo.
Ahora que nuestros conocimientos sobre la historia son nulos, muchos a sabiendas, aplican los estándares del siglo XXI a la historia y ello permite el adoctrinamiento y el desencadenamiento, a golpe de repetición y expansión, de unas corrientes de opinión que rozan la estupidez.
Con esa tendencia a censurar y a vivir en nuestra propia burbuja, que google y facebook han contribuido a perfilar para nosotros, vamos camino de cargarnos la libertad de expresión con mayúscula. (Esa que nada tiene que ver con el derecho a decir estupideces y barbaridades.)

Versión policial

Sobre el autor

Sigo con mi "Versión Policial" en un intento por destripar una realidad urbana que el ciudadano en ocasiones apenas intuye. Con "Ficción Literaria" les hago partícipes de mis devaneos con la escritura.


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