No hay mascarilla que frene el coronavirus español. Se ha extendido sibilinamente, sin levantar sospechas, y afecta ya a todos los extractos sociales. Me estoy refiriendo al JUEGO.
-Hay gente que necesita desconectar después de una tediosa o dura jornada laboral.
-Otros tienen una vida aburrida y rutinaria y por ello necesitan desafíos.
-También están los que no tienen nada y se convencen de que, con un poco de suerte, lo pueden tener todo.
El negocio del juego, gracias a técnicas de ingeniería social, se está extendiendo como una epidemia, para alcanzar a un máximo de clientes. En ocasiones, se apoya en el deporte y en ese deseo generalizado de nuestra sociedad actual de conseguir ser rico y famoso.
Antiguamente, los casinos se concebían como lugares de lujo donde unos señores adinerados y con glamour se dedicaban a apostar, vestidos de etiqueta y rodeados de candelabros y moquetas. Una élite de puro y Bourbon que no se mezclaba con la mugre.
Con la aparición de las clases medias, los clubs de juego legales se llenaron de curiosos que aprovechaban sus excursiones a las ciudades para jugar y poderlo así contar, cuando regresaban a casa. Fue el éxito de los bingos que se rodeaban de diversión procaz y de inmoralidad socialmente aceptada.
Pero lo que interesa a la industria del juego es el jugador puro. Ese que ahora se considera adicto, sin distinción de sexo. A ese tahúr no le interesa ni la prostitución, ni el lujo y postureo porque tiene un cerebro que le tortura, obligándole a jugar una y otra vez, independientemente de que le visite la mala o la buena suerte. Quieren atraerlos con créditos y locales cada vez más herméticos y claustrofóbicos. Gruesas paredes y puertas que parecen de caja fuerte, colores oscuros y oro y ninguna ventana, ni luz natural. Nada que pueda distraer al que, obsesionado por la apuesta, viene a dejarse el dinero, que muchas veces no tiene y que ha pedido prestado con engaño.
Antes de convertirse en adictos, los jóvenes pertenecen al grupo de los que no tienen nada. Están rodeados de estímulos que les dicen de buen rollo: comunicate, compra, consume… Por ello optan, por el camino fácil de la apuesta. Pero ellos no necesitan locales de juego por que su vida y el casino lo llevan en el teléfono móvil.
No es casualidad que florezcan las APPS de venta de segunda mano. Recuerden que cuando su hijo les diga por tercera vez que ha roto o perdido su teléfono móvil o su chupa de cuero, reflexione. Seguro que doña Fortuna le está rondando.