Fechorías con ánimo de ofensa
Desde finales de agosto, llevaba varias tardes, recorriendo la mota del río en bicicleta. Para evitar las aglomeraciones decidí adelantar mi horario de salida, a pesar de la canícula. En las horas de siesta, fui pedaleando sin cruzarme con ningún caminante, ni ciclista por el Murcia Rio, hasta que me encontré con un individuo sentado cerca de la vía ciclable, con la mascarilla en el cuello. Al llegar a su altura, me gritó algo que preferí ignorar, simulando no haberle oído.
El segundo día y a la misma hora, el señor estaba de nuevo ahí y, al ver que me acercaba pedaleando, volvió a gritar: “- Puta”. Decidí continuar, pero esta vez mirándole con cara de pocos amigos, por lo que me dedicó una gran sonrisa desafiante, de tipo toca pelotas.
Al tercer día, el individuo estaba de nuevo en el lugar y en esta ocasión, anticipándose a mi paso, gritó de forma reiterada y con más fuerza para asegurarse de que le oía: “- Puta, puta”. Sin bajarme de la bicicleta me detuve para preguntarle qué es lo que había dicho. El hombre sonriente me contestó: “- No hablo español, solo puta, puta, puta”
Tirando la bicicleta, con mucho teatro, me acerque a él gritándole: “- A ver repítemelo a la cara que te voy a enseñar castellano”
No sé si entendió mi español pero mi comportamiento macarra tuvo que romperle los esquemas. Por si las moscas, pegó un salto y salió corriendo hacia una pasarela cercana que cruzaba el río Segura, en dirección al barrio del Carmen. ( Si, ya sé: también me podía haber cruzado la cara, pero vale la pena arriesgarse en nombre de la corrección en el lenguaje.)
El horario y el lugar elegidos no eran fruto de la casualidad, buscaba mujeres solas para sus fechorías con animo de ofensa. El muy cobarde tenía estudiado su vía de escape, por si se complicaba lo que estuviera haciendo allí a esas horas.