Carnicería contra la libertad de expresión. Ese es el titular correcto para referirse a los asesinatos perpetrados en París. La palabra atentado se ha de reservar para lo que ocurrió en el año 2007 en España, y que todos parecen haber olvidado, con el secuestro del también hebdomadario de humor irreverente: El Jueves. La Audiencia Nacional quiso impedir su distribución por publicar un dibujo poco decoroso de los actuales reyes: desnudos y en posición amorosa. En la viñeta de portada, el entonces príncipe se congratulaba de poder percibir los 2.500 euros del gobierno zapatero por la concepción de un bebé. Dicha decisión judicial, impulsada por la fiscalía, y la publicidad sobre una medida tan electoralista en clave de humor permitió que muchos españoles tomaran conciencia de lo injustas que pueden llegar a ser determinadas medidas populistas que, en nombre de la igualdad, pretenden repartir migajas incluso a quienes no las necesitan.
Aunque con la masacre de París muchos se rasgan ahora las vestiduras y aprovechan para hacerse la foto, en época de bonanza económica y de estúpido tutelaje al ciudadano fueron muy pocos los que salieron abiertamente en defensa de los dibujantes criminalizados por mancillar el honor de una familia que, a posteriori, no ha resultado ser tan honorable.
La libertad de expresión que todos ejercen en su rutina diaria sin mayores consecuencias y que no se suele percibir como amenazada, cobra un especial significado cuando alguien decide intentar cambiar las cosas, ya sea en su comunidad o en su trabajo, o escribir en un medio de comunicación. Entonces uno se da cuenta de que los que mandan no están ahí para servir, como pedía en su discurso de fin de año nuestro rey Felipe VI. Asumen responsabilidades esperando ser servidos y siempre aplicando con ensañamiento el lema de: “O estás conmigo o estás contra mí”.
Si los yihadistas han decidido matar sin piedad al que llaman infiel, otros llevan a cabo contra el ciudadano crítico unas prácticas, indudablemente menos sanguinarias y más sutiles, como el estancamiento en el escalafón, el acoso o el aniquilamiento de cualquier expectativa laboral o empresarial.
Los políticos han ido ocupando sus cargos, en las diferentes administraciones, rodeados de sus rottveilers que les han ido siguiendo en cada cambio de destino, allanando el camino para asegurarles su parcela de poder. Así se sigue premiado, aunque ahora con algunas traiciones, el servilismo y la falta de escrúpulos, rentables para el amo al que protegen, en detrimento de valores seguros como la formación, la implicación o la inteligencia, deseables para una mayor eficacia de la administración y los gobiernos.
Además de la codicia y la falta de control, el miedo a hablar y la falta de mecanismos de denuncia son los que han propiciado la corrupción y los abusos que muchos califican de secretos a voces.
La libertad de expresión es necesaria para saber y entender lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, para conocer otras verdades y para poder acceder a otros puntos de vista. No puede haber Democracia si los medios de comunicación o ahora las redes sociales, por miedo o por intereses inconfesables, no defienden esa pluralidad y se recrean sólo en el componente morboso o espectacular de la noticia y reproducen exclusivamente lo políticamente correcto.