Hoy es uno de esos días en los que consigues escapar de la pereza y haces todas esas cosas que debes hacer y que te sientan genial, pero que te dan una pereza absoluta: tratamientos capilares, hidratación, mascarillas faciales… Siempre intento guardar un día a la semana para hacer todas esas cosas, aunque reconozco que no siempre puedo. Abajo del todo dejo el vídeo del post de hoy.
Y hablando de faciales… este fin de semana ha coincidido con el ‘día F’, de mascarillas ‘fuera’ (me lo he inventado yo, no lo digáis por ahí), y aunque no he notado tanto la diferencia porque he salido menos que otros fines de semana, es inevitable pensar en el cambio que supone para nosotros esta medida.
Vivimos tiempos complicados, antes nos daba cosa ponernos las mascarilla y ahora nos da miedo quitárnosla. Y es que a la claustrofobia sufrida durante el confinamiento y a la fatiga pandemia, ahora se une el ‘síndrome de la cara vacía’. No hay dos sin tres y esta no es otra cosa que una de las muchas consecuencias que el coronavirus ha provocado en nosotros.
He empezado a ver la cuarta temporada de The good doctor, centrada en el comienzo del estado de alarma provocado por la COVID-19. Lo hemos visto en las noticias y en documentales, pero verlo en una serie de televisión se hace muy raro porque no es sólo algo que esté basado en hechos reales, es algo que todavía estamos viviendo. Y como tendemos a olvidarnos de las cosas, que una serie americana -con lo épicos que son ellos para contar cualquier acontecimiento- cuente cómo ha arrasado este dichoso virus por cada país del mundo es sobrecogedor.
Ahora que parece que estamos saliendo de todo esto, es bueno que nos recuerden cómo fue el principio y todo lo que ha supuesto este año y medio de pandemia, para que ahora no vaya la gente usando las mascarillas como tirachinas en la vía pública. Me parece curioso que se mencione la responsabilidad cívica como medida excepcional ante la retirada obligatoria de las mascarillas cuando si de algo hemos carecido durante este año y medio ha sido precisamente de ella. Y sí, por norma general la gente lo hace bien, y los que se saltan las normas son la excepción, pero estamos CANSADOS, y recordemos que de una excepción surgió una pandemia mundial.
Yo personalmente no la voy a dejar de llevar, de momento. Me cuesta más el baile que supone quitársela y ponérsela cuando viene un tumulto de gente de frente y tener que dilucidar cuándo hay dos metros entre mi persona y el que intenta adelantarme por la acera que llevarla puesta siempre.
Sentido común, dicen, sin comentarios…
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