El otro día me pasó una cosa y desde entonces no puedo dejar de pensar en ello…
Fui al hospital a hacerme una prueba de revisión rutinaria. Cuando yo entraba a la sala, una paciente oncológica salía de ella, un tanto aturdida, sin cabello y con cierta cara de resignación por lo que sospecho que llevaba más de un ciclo de quimio. Coincidimos en la sala intermedia y le pregunto si se encuentra bien, que con mascarilla es normal sentir que te falta el aliento, ella me sonríe a medias mientras se termina de vestir.
“Isabel, es tu turno”. Me levanto para ir a la sala del fondo y la chica se me acerca, me toca en la mano y me dice “mucha suerte”. Me lo dijo de todo corazón. Se lo noté en los ojos, -acentuado por la mascarilla- y ya no pude dejar de pensar en eso durante toda la prueba, se me pasó en un segundo.
Que esa chica me desee suerte a mí me pareció de lo más generoso del mundo. Lo mío era una prueba; y ella es paciente oncólogica.
Cuando lo más natural es estar con el modo cascarrabias encendido, que te salga animar y mirar a los ojos a los demás para compartir las pocas fuerzas que tienes, me conmueve. Algo asi te hace priorizar y minimizar las tonterías que antes llamábamos problemas, eso está claro, pero su actitud, el hecho de apoyarnos, estar unidos, y aunque no te apetezca, sonreir a medias.
Probablemente no vuelva a ver a esa mujer y me ha dado una de las lecciones más importantes de la vida.