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Antonio Arco

Una palabra tuya

Bruta(l)

LA OBRA. Título: ‘Medea’. Texto dramático: Vicente Molina Foix (a partir de textos de Eurípides, Séneca y Apolonio de Rodas). Intérpretes: Ana Belén, Adolfo Fernández, Consuelo Trujillo, etc. Escenografía: Francisco Leal. Vestuario: Pedro Moreno. Musica original: Mariano Díaz. Iluminación: Toño Camacho. Videoescena: Álvaro Luna. Dirección: José Carlos Plaza. Representación: Teatro Circo Murcia (TCM), viernes 5 de febrero de 2016. Calificación: Muy interesante.

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Maldita sea la ninguna suerte que tienen las actrices españolas que se meten en la piel de Medea con los actores que les tocan dando vida a Jasón. Nuria Espert se comió crudo hasta dejarlo en los huesos a José Sancho, Blanca Portillo hizo lo mismo con Alberto Jiménez –sin que ni siquiera la poderosa escenografía de Numen pudiera evitarlo–, Aitana Sánchez-Gijón no deja de Andrés Lima ni las pestañas no sé si postizas y, lo digo con pesar porque respeto mucho a Adolfo Fernández, Ana Belén deja a este actor convertido en una caricatura de Jasón, y no porque ella se lo proponga, sino porque él está perdido como un susurro en escena, sin bravura, sin resonancias de héroe, sin encontrarle el tono a la ambición y la traición, artificioso y tristemente propenso al olvido. Y, mientras, ella –¡ella!– sale al escenario en estado de gracia, como una seductora diosa sin edad pero sí con entrañas, como un hermoso animal herido y salvaje que te resulta admirable y deseable, como una amante quemándose hasta en el más leve de sus suspiros, como una madre amorosa y finalmente terrible, como un alma despojada de toda condición humana, como una asesina imperdonable, como un volcán o un fulgor de hogueras.
El Teatro Circo Murcia (TCM), abarrotado y exultante, acogió el viernes una representación memorable de la ‘Medea’ dirigida por José Carlos Plaza y producida por Pentación. Y lo fue, memorable, porque la Medea recreada con enorme belleza y precisión por Vicente Molina Foix se pudo ver y escuchar encarnada en una actriz que se abrió en canal para ofrecer al público un viaje a todo color a los abismos y espejismos que encierra la condición humana, de tal forma que su Medea acogía también en su seno otras muchas locuras amorosas: la de una encandilada Julieta, una derruida Lucía de Lammermoor, una desorientada Martha sacada de ‘¿Quién teme a Virginia Woolf?’… Su actuación, arropada con más o menos a acierto, según los momentos, por el trabajo de un reputado equipo artístico y por unos compañeros de reparto que defienden sus personajes con corrección, se desarrolló como un verdadero ritual sagrado, en mitad de un silencio sobrecogedor y de una atmósfera de ensoñación que concluyeron con el estallido de júbilo que protagonizó el público.
Condenada Ana Belén: arrasó. Sale al escenario y se traga el mundo, porque Ana Belén, cuando entra ‘en trance’, lo devora, lo aniquila, lo ensombrece, lo engrandece. Consigue el milagro de conmover y de inquietar, y en ningún momento echa de menos el espectador a una Medea, madre y esposa abandona por Jasón, más joven. La historia de Medea se escucha y se disfruta en todo su esplendor y su dolor: como una bofetada de espanto que te cruza la cara, te golpea el estómago y te deja desencajado el corazón. Medea la rebelde, la agresiva, la engreída, la hechicera, la que hipoteca su vida renunciando a su tierra y a su gente por Jasón, el hombre que la abandona sin remordimiento alguno por otro lecho, asesina a sus dos hijos.
Por venganza, cólera, despecho, descontrol emocional, sinrazón.
Ana Belén coge a su personaje –se nota que Molina Foix y Plaza lo quieren comprender a toda costa, y lo protegen–, y lo conduce por un terreno pantanoso y excitante, ese espacio sin delimitar y apenas transitado, ni comprendido, en el que la condición humana se muestra tan vulnerable y tan violenta a la vez que, en demasiados peligrosos momentos, llama a la compasión y no a la ira. Ese momento en que la condición humana, humillada, maltratada, desposeída, sin esperanza, se alza voraz y aniquiladora, como en un último y tirano intento de frenarle el paso al destino.

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Sobre el autor

Junto a una selección de entrevistas y críticas teatrales, el lector encontrará aquí, agrupados desde enero de 2016, los artículos de Opinión publicados los domingos en la contraportada de ‘La Verdad’, ilustrados por el fotógrafo Pepe H y el publicista y diseñador gráfico Nacho Rodríguez. Antonio Arco estudió Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural y crítico teatral, una selección de sus trabajos periodísticos se recoge en los libros de entrevistas ‘Rostros de Murcia’ (1996), ‘Mujeres. Entrevistas a 31 triunfadoras’ (2000), ‘Monstruos. Entrevistas con los grandes del flamenco’ (2004), ‘Sal al Teatro. Momentos mágicos del Festival de San Javier’ (2004) y ‘¿En qué estábamos pensando? (Antes y después de la crisis. Entrevistas con filósofos, poetas y creadores)’ (2017). Finalista de los premios ‘La buena prensa' 2016.


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