21 de febrero de 2016
(«Permitidme la licencia; si yo me entero de que mi mujer ha dado [al PP] 1.000 euros, la corro a bofetadas», dijo)
Desconozco por completo, y ni siquiera me interesa, si el cuñadísimo de Rita Barberá, antes o después de haber sido víctima del ‘caloret’, sufrió de pequeño algún tipo de picadura o mordedura venenosa de algún insecto o reptil con mala baba. Lo digo por si acaso ahí estuviese el origen, que habría que contemplar con piedad, de la poca gracia, más bien ninguna, que demuestra el hoy ya convertido en abogado José María Corbín. El hombre no ha tenido nada mejor que decir, muy probablemente porque en efecto no tenga nada mejor que decir, que lo siguiente que viste y calza: «Permitidme la licencia; si yo me entero de que mi mujer ha dado [al PP] 1.000 euros, la corro a bofetadas». Precioso. Pues no, eminencia, no le permitimos la licencia pero sí aceptamos su candidatura –permítame ahora la licencia usted a mí– a bocazas y no a animal de compañía, al menos hasta que quede claro que no será un peligro en el dulce hogar.
Qué memez tan gratuita, tan –qué lástima– previsiblemente casposa, que tonta ocurrencia la de este cuñadísimo, sonrisa en rostro pálido y ademán chistoso y de hombre seguro de sí mismo, cautivador, digo yo que pelo en pecho y honrado por los dioses con el don de la inoportunidad manifiesta, la inoportunidad que da grima y la inoportunidad que puede que no se imaginase él que podría no quedar tan fácilmente en agua de borrajas, en frase de matón, en bufonada, en evidencia de un pasado sin fuego ni rueda, en bobada supina, en comentario de establo; y, además, en más trabajo para la Fiscalía Provincial de Valencia, que por si no tuviera ya poco con tanta trama corrupta, ha abierto una investigación para ver si el letrado incurrió en apología de la violencia.
Bien hubiese estado que Rita Barberá, hoy por hoy senadora de España, le hubiese dicho al cuñadísimo lo mismo que le ha indicado tajante, llena de orgullo y de satisfacción, a la actual presidenta del PP valenciano, Isabel Bonig: «Cuidado con lo que decís». Temblad, malditos. Temblad todos porque esto de la política hace tiempo que en España se convirtió en una «farsa repugnante», que es como calificó el poeta T. S. Eliot al engorro irrespirable en que se transformó su primer matrimonio. Él pudo ponerle fin, nosotros no lo tengo yo tan claro, visto lo que vemos –de momento más de lo mismo– y lo que no vemos: soluciones, generosidad, verdadera renovación. Y urgen las tres cosas, porque como advierte el sociólogo Boaventura de Sousa, vivimos dominados por el miedo, el desempleo, la violencia…, mientras muchos con mando en plaza se empeñan en declarar invisible lo que no quieren ver. Como, por ejemplo, la importancia de valores como los de la Ilustración como arma contra los distintos fundamentalismos que intentan dilapidar la convivencia; urge recuperar la mejor tradición de la cultura humanista, a la que se está despeñando a empujones bárbaros.
Con nuestro sistema educativo –desde la escuela a la universidad– estamos estafando a las nuevas generaciones, aunque, eso sí, con menos ingenio que el que desplegaba para llevar a cabo sus tocomochos Victor Lustig, quien llegó a venderle la Torre Eiffel a un menda que se creía listísimo. Y, mientras, son cada vez más numerosas las redes cuajadas de peligros, y de prejuicios y de retrocesos en derechos y libertades, en las que caer para naufragar, cuando las únicas redes que deberíamos aceptar son aquellas que pudiésemos echar enamorados «a ese mar que sacude tus ojos oceánicos». Ay, Neruda, viejo zorro.