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Antonio Arco

Una palabra tuya

¿Corazón?

27 de marzo de 2016

(Una madre pide que no encarcelen al causante de la muerte de su hijo)

Pepe H / Nacho Rodríguez

Imagínensela. La madre asomada a la ventana, viendo cómo su hijo camina hacia ella. Poco después, un beso. Y la satisfacción de haber convertido a un niño en hombre. Hoy, Domingo de Resurrección, volverá a mirar por la ventana, a esperar que José vuelva a darle sentido a todo, incluso a la muerte. Pero no vendrá. El hijo no vendrá. La ventana ya no será un lugar desde el que poder contar los pasos del hijo aproximándose, ni tampoco existe otro lugar en el mundo desde el que esto sea posible.
José murió hace cuatro años y medio. Su madre, día tras día, vuelve a mirar por la ventana y mantiene intacta su habitación, tal y como él la dejo. Peluches incluidos, las medallas que ganó con el deporte… No hay mañana en la que Águeda, la madre, no se asome a la calle esperando un milagro que sabe imposible, ni día en el que no mire una a una las fotografías de José, con las que intenta proteger del olvido hasta el más insignificante detalle de su rostro.
Águeda tiene nietos. Son su consuelo. Le preguntan por José, a quien solo conocen por las fotografías. ¿Cómo explicarles que era su alegría y que ahora tan solo es memoria? ¿Y cómo explicarles el modo en que murió? ¿Y cómo contarles la historia de su hijo con David? Porque, cuando José murió, su amigo David estaba allí. ¿Y acaso no pudo David evitar su muerte?, ¿acaso no pudo David ayudar a su hijo?, ¿acaso no pudo hacer lo imposible por traérselo vivo de regreso a casa?
David estaba allí. Junto a él. Amigos de toda la vida hasta el final. Amigos para siempre, eso es. Todo pasó en la tarde del 8 de octubre de 2011. José tenía 33 años; David, tres más. Ambos, junto a otro amigo, Juan Carlos, se fueron a Plasencia a disfrutar del sábado. José hacía 15 días que se había llevado una alegría: un sobrino llegó al mundo. Águeda y su marido, también llamado José, seguían acumulando felicitaciones de sus vecinos de El Barco de Ávila. Ahora, sigan imaginando, son las nueve y diez de la noche de ese sábado atroz. Mario, hermano de José, se pone delante de sus padres. Ya nunca nada volverá a ser igual. José había sufrido un accidente en la carretera. David y Juan Carlos estaban bien… ¿Y José? Los tres iban en el ‘Range Rover’ que, antes de llegar a Oliva de Plasencia, derrapó y se estrelló contra un talud de rocas. José, ¿qué había pasado con él? Las noticias eran confusas. Águeda siente que tiene dentro de sí un mar de espinas cuando recuerda el viaje de camino al Hospital Infanta Cristina de Badajoz, donde atendían a su hijo, muy grave. José iba dormido cuando el accidente. Soportó diez días vivo. Águeda los recuerda uno tras otro…
Han pasado cuatro años y medio. Sin José la vida es otra cosa. Tampoco ya nada volvió a ser igual para su amigo David, que conducía el vehículo. David dio positivo en el control de alcoholemia. Águeda no quiere que David ingrese en prisión, no quiere ver sin libertad al que llama «amigo del alma» de su hijo. Todavía más: la madre de José dice que David es para ella como otro hijo. Águeda dice que fue mala suerte. Águeda dice que ese día condujo David como pudo haber conducido José. Águeda dice que no tiene sentido que a David lo separen de su mujer, Raquel, y de sus hijos David, de siete años, y Lucía, de cinco. Águeda sabe muy bien lo que se siente cuando te separan de un hijo. Águeda no volverá a ver al suyo.
A David lo condenaron en 2013 a dos años y medio de cárcel por homicidio imprudente. En 2014 la Audiencia Provincial de Cáceres confirmó la justicia de la sentencia. En febrero pasado se ordenó su ingreso en prisión. Su abogado ha llevado el caso al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Águeda pide clemencia para David. Escucharla parte el alma. Lo defiende como solo una madre haría. Todavía no se sabe nada de la petición de indulto que se presentó en mayo de 2014. Toda la familia de José apoya a David.
El padre de José le dice al ministro de Justicia: «¡Por favor, conceda el indulto a David, porque está sufriendo mucho y tiene que mantener una familia joven y criar a sus pobrecitos hijos. Lo hecho, hecho está. No ganamos nada con su ingreso en la cárcel». David está hecho un flan de emociones enfrentadas. También él perdió a José. Águeda lamenta incluso que el recuerdo de su hijo, dentro de aquel coche-ataúd, no deje en paz a David. Águeda y su marido son una mujer y un hombre muy extraños, una mujer y un marido muy extraños, una madre y un padre muy extraños. Águeda piensa incluso en cómo evitarle más dolor a la madre de David, que ya está muy mayor. ¿Qué le pasa a la madre de José, no tiene corazón? ¿Qué le pasa al padre de José, no tiene corazón tampoco? ¿Qué me pasa a mí, que sí lo tengo? ¿Qué le pasa a usted, que también lo tiene?

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Sobre el autor

Junto a una selección de entrevistas y críticas teatrales, el lector encontrará aquí, agrupados desde enero de 2016, los artículos de Opinión publicados los domingos en la contraportada de ‘La Verdad’, ilustrados por el fotógrafo Pepe H y el publicista y diseñador gráfico Nacho Rodríguez. Antonio Arco estudió Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural y crítico teatral, una selección de sus trabajos periodísticos se recoge en los libros de entrevistas ‘Rostros de Murcia’ (1996), ‘Mujeres. Entrevistas a 31 triunfadoras’ (2000), ‘Monstruos. Entrevistas con los grandes del flamenco’ (2004), ‘Sal al Teatro. Momentos mágicos del Festival de San Javier’ (2004) y ‘¿En qué estábamos pensando? (Antes y después de la crisis. Entrevistas con filósofos, poetas y creadores)’ (2017). Finalista de los premios ‘La buena prensa' 2016.


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