LA OBRA. Título: ‘La piedra oscura’. Autor: Alberto Conejero. Intérpretes: Daniel Grao, Nacho Sánchez. Escenografía y vestuario: Elisa Sanz. Iluminación: Paloma Parra. Dirección: Pablo Messiez. Representación: Teatro Circo Murcia (TCM), jueves 21 de abril de 2016. Calificación: Muy buena.
Tiene toda la razón Ian Gibson cuando, conmovido tras leer ‘La piedra oscura’, de Alberto Conejero, escribió que «el desarrollo del diálogo entre los dos únicos personajes de la obra [Rafael y Sebastián] está orquestado con maestría, con una inmensa ternura contenida, y muy pocos podrán mantener los ojos secos hasta el final». El hispanista experto en Federico García Lorca, a quien prácticamente ha convertido en uno de los pilares de su existencia, mostró, desde que se acercó a la obra de Conejero, su deseo de que ojalá ‘La piedra oscura’ encuentre cuanto antes su lugar en los escenarios teatrales porque su mensaje es necesario en una España donde, vergonzosamente, todavía yacen en cunetas más de 100.000 víctimas del fascismo, entre ellos el desaparecido más célebre de todos, por la recuperación de cuyos restos hace votos el personaje de [Rafael Rodríguez] Rapún pocos minutos antes de desaparecer para siempre él mismo». Fusilado y punto por los nacionales.
Finalmente, ‘La piedra oscura’ no solo se ha llevado a escena con una espléndida dirección del argentino Pablo Messiez, contenida y cargada de admiración hacia la historia inventada por el joven dramaturgo jienense y la belleza y humanidad que desbordan sus diálogos, sino que ha cosechado desde su estreno un merecido éxito de crítica y público, que han sentido cómo esta experiencia teatral, más bien concebida para ser disfrutada en salas que permitan la máxima cercanía del espectador a los intérpretes, les dejaba el alma como atravesada dulcemente por un rayo, al mismo tiempo que palabras como recuerdo, amor, justicia, poesía y piedad se quedan flotando en la memoria a merced de un movimiento sutil que genera esperanza y tiende a liberar de la tentación del odio, la venganza o el resentimiento.
El jueves, ‘La piedra oscura’ llegó al Teatro Circo Murcia (TCM) respaldada por las seis nominaciones a los premios Max que ha conseguido: Mejor espectáculo de teatro, Autoría teatral (Alberto Conejero), Mejor dirección de escena (Pablo Messiez), Mejor diseño de espacio escénico (Elisa Sanz), Mejor diseño de iluminación (Paloma Parra) y Mejor actor protagonista (Daniel Grao). Por cierto, siendo muy lógica la candidatura de Grao, que dando vida a Rafael hace un trabajo de una altura endiabladamente acertada –también borda su personaje en ‘Julieta’, lo último de Almodóvar, o sea que está que se sale–, es imposible no lamentar que se haya quedado sin nominación su compañero de reparto, Nacho Sánchez, cuyo primer trabajo profesional en escena es sobrecogedor. Su entrega, aportándole su juventud, fragilidad, dulzura, terror y calidad de primera a la humanidad de Sebastián a sus 18 años, es avasalladora, al tiempo que la verdad que despliega en escena te atrapa como un poderoso imán al que no son ajenas la tristeza, la compasión y la rabia.
El encuentro entre ambos transcurre, durante unas horas de un dolor que quema, en la habitación de un hospital militar próximo a Santander; no se conocen y supuestamente son enemigos, pero comparten sin saberlo una extraordinaria capacidad para convertirse en alivio de quienes lo precisan. Sebastián es el soldado que vigila a Rafael hasta que, con la llegada del amanecer, este sea fusilado y punto. Durante la noche, Sebastián se convertirá en depositario de una narración extraordinaria, mezcla de pasión, fascinación y culpa: la que llevará a cabo el detenido para hacerle partícipe de su historia de amor con Federico García Lorca.
‘La piedra oscura’, inspirada en la vida de Rafael Rodríguez Rapún –estudiante de Minas, secretario de La Barraca y compañero, de cuerpo y alma, de Lorca en los últimos años de sus vidas–, está construida sobre un lenguaje que parece danzar en el aire y que no deja de invitarte en todo momento tanto a la reflexión como a gozar de la alegría. Lástima que, en esta ocasión, la tormentosa acústica del TCM impidiese que una parte del público disfrutase plenamente de un montaje que, desde la delicadeza con la que se va desarrollando, la derrota como fondo que lo sustenta, y el pavor a la llegada del alba, contagia una extraña felicidad.