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Antonio Arco

Una palabra tuya

Venezuela de fondo

29 de mayo de 2016

(Tres recién nacidos que venían de camino hacia todos nosotros han cambiado el vientre materno por las tinieblas de una muerte hostil)

Pepe H / Nacho Rodríguez

Tres recién nacidos han cambiado ‘la paz te doy’ del vientre materno por las tinieblas de una muerte hostil. Venían de camino hacia todos nosotros, pero está claro que no los esperábamos con los brazos y los centros de acogida abiertos. Los cuerpos sin vida de los tres recién nacidos cuyas biografías no estaban destinadas a parecerse a la de Moisés –él sí rescatado de las aguas–, quemaron las manos y los corazones de quienes los sacaron de entre los naufragios de inmigrantes que estos días están golpeando frente a sus costas a la desorientada Europa. En tres días, ochenta cadáveres han llegado a nuestras tierras, con todas sus ilusiones intactas de la primera a la última, sin que tengamos la más mínima intención, ni plan para este caluroso fin de semana, de que se nos caiga la cara de vergüenza. Todo esto da mal rollo, lo sé, pero es que los cuerpos ahogados de los más inocentes de todos parecen irradiar en el aire que obligatoriamente respiramos un ‘algo’ incómodo, una incipiente sensación de asfixia, un casi imperceptible dolor de corazón.
Eran como nosotros antes de transformarse en incómodas cifras, como ese pan que alguna vez fue avena al que canta Dylan Thomas para referirse a las cosas importantes de la vida, para la que no parecen tener importancia los que son desalojados de ella: o por nuestra violencia o por nuestro inmediato olvido. Da miedo pensarlo, o vértigo o ahogo, o de lo contrario algo pasa que terminará por hacernos correr a tapiar puertas y ventanas para que no entren ni de puntillas ni los gritos de socorro ni una minúscula lágrima.
Por suerte para ellos, 567 aspirantes a nuestra hospitalidad al borde del coma, que huían de un horror palpable para encontrarse con un falso cielo prometido, han sido rescatados por la marina italiana justo cuando la barcaza inmunda en la que se jugaban la vida empezaba a deshacerse como un azucarillo. En lo que va de año, 1.350 personas han fallado de un modo irreversible en su intento de alcanzar las costas europeas.
Bueno, al menos, por el momento, con todos los ahogados no se está haciendo campaña-basura por parte de quienes aspiran por segunda vez –desde luego de modo tan legítimo como, la verdad sea dicha, por desgracia– a gobernarnos en esta querida España, ese país que le nombraron el otro día a Pep Guardiola en el extranjero, sin ir más lejos, cantándole el estribillo festivo del ‘¡Que viva España!’, con la intención de agradarle, mientras que él reaccionaba no sabiendo dónde esconder su calva. Por lo visto lo que ahora toca –a unos las narices y a otros más abajo– es hablar de Venezuela, llorar por Venezuela, clamar por Venezuela, indignarse por Venezuela, inmolarse por Venezuela, hacerse el patriota venezolano a lo Rómulo Gallegos, practicar la demagogia con Venezuela y, por supuesto y si se puede, viajar a Venezuela a toda costa, a toda prisa, a todo confort y a cambio de regresar lo antes posible, que aquí, con Rajoy de interino y todo, se está de perlas.
Rivera de Ciudadanos se ha dado una vuelta deslenguada por donde tienen la mala suerte de que les gobierne un tal Maduro, y, ¡oh, sorpresa!, ha aprovechado tan inútil viaje para poner a Podemos a los pies de los caballos desbocados de la connivencia con el régimen hecho un completo asco. A cambio, el partido de Pablo Iglesias, que frente al desmoronamiento venezolano no es que tenga la conciencia precisamente hecha una dulce ninfa del bosque, porque todo el mundo tiene un pasado oscuro y un presente para rectificar sabiamente, si es que se quiere o se puede, le ha atizado al joven líder del otro partido emergente con la furia propia de quienes se sienten llamados para la gloria y víctimas de las malas artes de quienes quieren impedir que por fin brille la luz en la boca del lobo.
O sea, que no hay nada nuevo bajo el sol, todo es más de lo mismo o muy similar, con diferentes peinados más bien poco favorecedores, y tiene más razón que el santo que no es Luis Goytisolo cuando dice que «la gente asume disparates con total normalidad». En eso sí que seguimos siendo implacables, fieles a nosotros mismos. Asumir disparates como el que oye llover. Graham Greene decía en ‘El americano impasible’ que antes o después tendremos que tomar partido si es que, por una extraña casualidad, quisiéramos seguir siendo humanos. Otro que nos quiere marear la perdiz.

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Sobre el autor

Junto a una selección de entrevistas y críticas teatrales, el lector encontrará aquí, agrupados desde enero de 2016, los artículos de Opinión publicados los domingos en la contraportada de ‘La Verdad’, ilustrados por el fotógrafo Pepe H y el publicista y diseñador gráfico Nacho Rodríguez. Antonio Arco estudió Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural y crítico teatral, una selección de sus trabajos periodísticos se recoge en los libros de entrevistas ‘Rostros de Murcia’ (1996), ‘Mujeres. Entrevistas a 31 triunfadoras’ (2000), ‘Monstruos. Entrevistas con los grandes del flamenco’ (2004), ‘Sal al Teatro. Momentos mágicos del Festival de San Javier’ (2004) y ‘¿En qué estábamos pensando? (Antes y después de la crisis. Entrevistas con filósofos, poetas y creadores)’ (2017). Finalista de los premios ‘La buena prensa' 2016.


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