>

Blogs

Antonio Arco

Una palabra tuya

La madre de Luis

12 de junio de 2016

(Al piloto Luis Salom le gustaba, lo hizo durante toda su vida, acariciar los abundantes rizos morenos que solían acompañar la sonrisa de ella, siempre dispuesta a no dejarle solo)

Pepe H / Nacho Rodríguez

Al piloto Luis Salom le gustaba, lo hizo durante toda su vida, acariciar los abundantes rizos morenos que solían acompañar la sonrisa de su madre, siempre dispuesta a no dejarle solo cada vez que –ella lo sabía y él también– el joven se jugaba la vida en las competiciones, que fueron precisamente la razón de que haya sido una persona feliz hasta su muerte, que le arrebató su futuro llegado el momento atroz en el que, fundiéndose, su cuerpo y su moto hicieron histórico un accidente cuya contemplación te hiela la sangre.
Le gustaba el tacto sedoso de sus cabellos, que acariciaba desde niño una y otra vez como una rutina familiar que no dejó de ser jamás una muestra de cariño que se iba acrecentando conforme se iba haciendo mayor, y siendo más consciente de lo mucho que le debía a la persona que, aunque la dominase el miedo y en ocasiones los malos presentimientos, siempre le demostraba que, más allá del amor que le profesaba y de lo orgullosa que se sentía de él, la fe inquebrantable en su hijo, y su deseo de compartir juntos su felicidad y el cumplimiento de sus sueños, era para ella uno de los pilares cruciales de su existencia.
María Antonia Horrach, con su melena de Virgen laica, de diosa mitológica, de mujer brava, fue testigo directo de prácticamente todas las carreras veloces de su hijo, así como de su triunfos y del paso a paso con el que se iba labrando un porvenir más que prometedor. También lo fue, testigo de excepción, de su última carrera, del adiós desesperante para siempre, de la definitiva ausencia de abrazos, confidencias, ánimos compartidos…; se terminaron, por imperativo del destino, el cuidado de los más pequeños detalles que ella siempre cultivó, los besos orgullosos, las esperas nerviosas y el sonido inconfundible de los circuitos, por los que no era raro que se moviesen cogidos de la mano; el de Montmeló fue el último en el que su hijo daría un paso más en su trayectoria deportiva y en su biografía. El paso que deja la huella más insoportable de seguir. En Montmeló se dejó la vida. Tenía 24 años.
Hace unos días, en el multitudinario funeral que inundó de una tristeza mayúscula la catedral de Palma de Mallorca, María Antonia Horrach apareció con su pelo cortado casi al cero. A cambio, lucía en todo su maldito esplendor un sufrimiento tan intenso que a veces le paralizaba las lágrimas y se expandía por el templo con una fuerza misteriosa, avasalladora, que parecía, en efecto, brotar de lo más profundo de su ser con una intensidad cruel. Nadie que haya contemplado su dolor lo podrá ya olvidar.
Sus rizos, los mismos que lució en tantas fotografías en las que aparecía siempre junto a Luis, como una isla en la que constantemente hace buen tiempo o como un bálsamo insustituible, habían desaparecido por completo.
Sus mechones, cortados a modo de sentido rito funerario, como una forma de no cesar en los cuidados del hijo ya muerto, en el interés que no conoce límites por su bienestar, por su plácido descanso esté vivo o muerto o sea ya pasto de otra realidad de la que lo desconocemos todo, descansan ahora entre los dedos de su hijo, envolviendo sus manos, tras cortárselos ella misma, para que encuentre en ellos serenidad y firmeza, para que se sienta menos solo o para que sepa que ella nunca dejará de quererle.
Sí, los mechones de la larga cabellera de la madre cortados uno a uno amorosamente como un símbolo de que ojalá la muerte no sea el final. Los mechones de cabello de la madre como un gesto de amor más allá de lo racional, lo lógico, lo brutal. Como si ella lo escuchase, desde algún lugar inaccesible, recordarle estos versos de Neruda: «No me olvides, acuérdate que te amo, / no me dejes perdido ir sin tu cabellera / por el mundo sombrío de todos los caminos». O como si hubiese querido que no haya paso del tiempo que traiga consigo el despreciable olvido.
Puede que alguien, en el funeral de Luis Salom, le dedicase en silencio estos versos de A. E. Housman: «Cuando ganaste la gran carrera / el pueblo entero salió a aclamarte. / Jóvenes y ancianos te vitoreaban / mientras a hombros te llevábamos. / Ante esa joven cabeza laureada / contemplarán tu cuerpo inerte / y descubrirán entre los rizos de tu pelo /una guirnalda aún sin marchitar». A los que habría que sumar los de la madre que se quedó esperando para siempre un milagro imposible. En su funeral, soltando el trapo de sus emociones como escribe Quevedo que hacen quienes lloran sin consuelo, dijo dirigiéndose a su hijo: «Esto no es un adiós porque siempre estarás en nuestros corazones». Aunque ya no navegue valeroso entre los vivos.

Temas

Otro sitio más de Comunidad de Blogs de La Verdad

Sobre el autor

Junto a una selección de entrevistas y críticas teatrales, el lector encontrará aquí, agrupados desde enero de 2016, los artículos de Opinión publicados los domingos en la contraportada de ‘La Verdad’, ilustrados por el fotógrafo Pepe H y el publicista y diseñador gráfico Nacho Rodríguez. Antonio Arco estudió Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural y crítico teatral, una selección de sus trabajos periodísticos se recoge en los libros de entrevistas ‘Rostros de Murcia’ (1996), ‘Mujeres. Entrevistas a 31 triunfadoras’ (2000), ‘Monstruos. Entrevistas con los grandes del flamenco’ (2004), ‘Sal al Teatro. Momentos mágicos del Festival de San Javier’ (2004) y ‘¿En qué estábamos pensando? (Antes y después de la crisis. Entrevistas con filósofos, poetas y creadores)’ (2017). Finalista de los premios ‘La buena prensa' 2016.


junio 2016
MTWTFSS
  12345
6789101112
13141516171819
20212223242526
27282930