31 de julio de 2016
(Lo ha dicho muy claramente el presidente del Gobierno en funciones: España es una gran nación «llena de españoles»)
Presidente en funciones Mariano Rajoy, ese hombre tan proclive a no cansarse de verlas venir, «aquí me las den todas», «a mí la Legión», «ande yo caliente, ríase la gente» y «a mí, plin, yo duermo en Moncloa en Pikolín», ha dicho otra verdad verdadera como un puño de hierro forjado, una verdad fieramente incontestable, cargada de más razón que un santo, una verdad que parece haberle sido revelada como una flor de loto, en mitad de sus sueños de poder, por los siete sabios de Grecia, los siete pilares de la sabiduría, por las tres hijas de Elena y por Vicente Martínez-Pujalte.
Habla poco y negocia menos, menos y mal, pero cuando abre la boca de piñón, cuando deja de leer el ‘Marca’ y pone los pies de alto estadista sobre la tierra firme y saca pecho, siendo por fin él mismo sin presiones europeas y sin sentir sobre su cogote de líder los perpetuos reproches que José María Aznar le brinda gozoso y borde, Rajoy dice algunas verdades que, por su veracidad de campeonato, hacen enmudecer a sus adversarios y tambalearse tanto la fe de los incrédulos que lo miran de reojo como la crítica de los que no saben reconocer en su presencia la belleza del cóndor.
Ha dicho Rajoy, que lleva camino ingrato de no salir de la espesura de su soledad, tan enemiga de consensos, que España es una gran nación que está… «llena de españoles». Agárrense que vienen curvas: ¡llena de españoles! Y que se mueran los feos, se apañen los turcos con Erdogan y que con su pan envenenado se coman los estadounidenses con cerebro de palomita de maíz su decisión suicida de votar con los pies a Donald Trump.
España es una gran nación llena de norte a sur de españoles, y no hay más que hablar, más que decir, más que negociar, más que ceder, más que rendir cuentas, más que hacer políticas sociales justas, más que enfrentarse en serio a la corrupción de partido, más que dar ejemplo de generosidad, de patriotismo, de grandeza de espíritu, de don de lenguas. Y como España está llena de españoles, pues nada, a ver si llegan unas terceras elecciones y con ellas, por fin, va la vencida y se acaba el Gobierno interino y el desgobierno que reina en los partidos, faltos de liderazgos solventes, generosidad, voluntad real de cambio e inteligencia supina, que parece víctima de las paperas. Nivel bajo, un PSOE desinflado, un Podemos de recreo, con Ciudadanos a la derecha del padre, con IU pasmada, y con los nacionalistas catalanes fastidiándole la siesta al Tribunal Constitucional y a la lógica saludable que debería defender un pueblo post-Atapuerca en pleno siglo XXI, tan necesitado de mentes y manos abiertas.
«¡Por el amor de Dios!», exclamó David Cameron, que hay que ver la naturalidad democrática con la que se ha ido a su casa, antes de pedirle a viva voz al líder de los laboristas, Jeremy Corbyn, que arrojase la toalla y se dedicase a la pesca con mosca en el círculo polar ártico. «¡Por el amor de Dios!», exclamó la presidenta del Tribunal del «caso Nóos», Samantha Romero, harta de momentos de tensión alimentados por las actitudes infantiles de acusaciones y defensas. «¡Por el amor de Dios!», debieron decirse para sus adentros los miembros del sindicato de técnicos de Hacienda que han pedido al todopoderoso, obcecado e irresponsable Barça que retire su campaña a favor de Leo Messi, a propósito de la cual otro que está interino, el ministro Rafael Catalá de Justicia, ha proclamado a los cuatro vientos, a los cuatro puntos cardinales, a la gente de bien y también a Vicente Martínez-Pujalte: «Yo no soy Messi; yo no he cometido ningún delito».
¡Por el amor de Dios!, y aunque la muy respetable doctora Vidales nos recuerde que «para una buena digestión mejor no hablar mucho», pónganse a hablar en serio, con responsabilidad y decencia, los líderes de los partidos que han sido elegidos por los ciudadanos de esta gran nación llena de españoles para que nos despejen el horizonte. Pero, coño, si hasta la ciencia está de enhorabuena porque ya ha podido constatarse el primer hermoso y asombroso caso de comunicación entre humanos y animales salvajes. Ya saben, una especie de pájaros se comunica con una tribu africana para ayudarla a encontrar panales de miel. Venga, ánimo, que España está llena de españoles y… ¡doce cascabeles… lleva mi caballo… por la carretera! ¡Viva el vino!, o sea.