7 de agosto de 2016

(Celia Villalobos ha llamado ‘Hilaria’ a Hillary Clinton, así, con total familiaridad)

Pepe H / Nacho Rodríguez

Celia Villalobos ha llamado ‘Hilaria’ a Hillary Clinton, así, con total familiaridad y desparpajo casero, como si se conociesen desde el parvulario y se hubiesen comido juntas el primer cucurucho de pistachos de sus vidas. Total, no dejan de ser dos grandes mujeres de Estado que han hecho historia, dos grandes políticas políglotas de la contemporaneidad, dos estadistas de prestigio internacional con influencia directa en la ONU, dos viajeras por medio mundo en defensa a ultranza de los Derechos Humanos y de la paz mundial. Celia Villalobos, con ese aire casual de señorona del cortijo tan suyo, ha llamado ‘Hilaria’ a la candidata a la Casa Blanca y, si se descuida un pelo, un tacón o una córnea, la llama a faja descubierta ‘tronca’, ‘tía’ o ‘picaflor’ y se queda tan a gusto entre pecho y espalda, servidora fidelísima de sí misma y del PP, justo por ese orden de prioridades, Congreso eterno mediante.

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Donald Trump sin límites. Ghazala Khan y Khizr Khan son la madre y el padre del capitán Humayun Khan, caído en Irak en acto de servicio; o sea muerto de solemnidad, caído en defensa de los valores de los que hace gala Estados Unidos, el país al que emigró su familia desde Pakistán y por el que, finalmente, se ha dejado la vida lejos de casa. Su padre habló en la convención demócrata de Filadelfia para, al mismo tiempo que se enorgullecía del patriotismo de su hijo –vaya, a él ya no podrá decírselo acunándolo como a un hombre entre sus brazos–, criticar las locuras que Donald Trump estaría dispuesto a hacer si llega, como fruto de una borrachera, a liderar el país más poderoso de la Tierra. Y como Trump es Trump, y con eso ya está dicho todo lo que se puede decir sobre lo esperpénticos que podemos llegar a ser de mayores, lejos de encajar la crítica se regodeó en mofarse del credo musulmán de los Khan. No hace mucho, sobre el aterrador método de tortura conocido como ‘waterboarding’», este siniestro espécimen en libertad aseguró: «Me gusta mucho. No creo que sea suficientemente duro». Pues nada, «monsieur» Trump, aplíqueselo a sí mismo a calzón y peluquín quitados y, una vez que note que le invade la paz de espíritu y que empieza a verse sobrevolando ligero de equipaje el Cañón del Colorado, o bailando con lobos, no se olvide de no volver a abrir esa bocaza tamaño acorazado Potemkin que Santa Claus le dio.

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Una denuncia falsa. El joven Jay Cheshire soñaba con ser profesor de Historia o escritor. Su madre, Karin Cheshire, lo animaba diciéndole que seguro que llegaría a ser en la vida lo que él se propusiese. Se llevaban muy bien, se querían, se habían acostumbrado a que, de un modo natural, uno iluminase en gran medida la vida del otro. De pronto, algo inesperado puede pasar en nuestras vidas que haga que se desate un diluvio que anegue para siempre nuestro futuro. Cuando Jay tenía 17 años fue acusado de violación. Cayó un infierno sobre él. Pero algo ocurrió… la denuncia fue retirada, se confirmó el error. El infierno dio lugar a la dificultad de vivir desde entonces sabiéndose acompañado por la duda de sus vecinos, socialmente marcado. Se ahorcó. Su madre pasó por una doble agonía, terca en su dolor como el empeño de una estalactita en ir haciéndose a sí misma una estalactita de provecho. Ha aguantando, viviendo sin apenas vida con la que aliarse, un año. También se ha ido, también se ha ahorcado. La denuncia era falsa.

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La mejor Noche de las Brujas. No solo Ervin López, vecino del pueblo catalán de Gualba, ha vivido la mejor Noche de las Brujas de su historia, sino que han tenido la misma sensación de felicidad sus 1.500 habitantes. Ervin López tiene once años, y hasta ahí todo normal. Se emociona con el vuelo de las águilas, pero no puede escuchar el croar de una rana. Es sordo. Durante el festejo ha podido entender íntegros, gracias a una traductora al lenguaje de signos facilitada por la Corporación, los cuentos y la obra de teatro programados. Un solo vecino sordo, un pueblo que sabe escuchar. No todo es siempre, en esta España interina, un diálogo de besugos o un sindiós.