14 de agosto de 2016
(O recobrar la confianza en nosotros mismos o que nos toque a todos la Primitiva, con lo verde que está que caiga esa breva)
Tranquilos, que nos pasa a todos los que estamos vivos y no tenemos nada claro que vayan a estar ahí para cogernos, cuando nos caigamos del trapecio, ni la práctica red, ni la madre que nos parió. Pues claro que dan ganas soleadas de desaparecer una buena temporadita larga –‘¡adiós, mundo cruel!’, que canta Ariel Rot–, al Pacífico Verde, por ejemplo, sin ir tampoco más lejos. ¿O quizás no? Joder, un viajecito relajado pero emocionante, con un punto de romanticismo a lo Espronceda y otro punto aventurero a lo Jesús Calleja, a la maravillosa lengua de acantilados de Big Sur, donde tipos que no eran nada tontos, ni dóciles, ni fácilmente manipulables como los mismísimos Jack Kerouac y Henry Miller disfrutaron, como cosacos, degustando con los cinco sentidos la belleza salvaje del lugar.
Hablamos de un santuario de aguas inquietantes por las que viajan las ballenas y los cóndores nos observan, imagino que perplejos, majestuosos desde el cielo que dominan. ¿Verdad que sí? Viajar, desaparecer, salir corriendo, esfumarse, despertar del mal sueño, desconectar, relajarse, cargar pilas, descargar tensiones, ilusionarse, vibrar, sentir placer, respirar aire puro, respirar otros aires, mantener alejadas las malas vibraciones, los activos tóxicos y a Arnaldo Otegui, y darles esquinazo a tantos gilipollas por doquier.
Qué bien: no contribuir al mal rollo, poder pensar con claridad, ¡pensar!, ver la luz, no dejar de ver algo de esperanza por un ojo de buey, reír, reírte de ti mismo, no sentir vértigo mirando al futuro, aunque sí lo sientas asomándote, embobado de gusto, a la inmensidad del océano. Pues claro que nos vendría bien un descanso, ¡no eterno!, pero estamos aquí y ahora y tampoco estaría mal no entrar en pánico y sí en razón, aunque no me pregunten cómo porque yo no soy Iñaki Gabilondo.
Unos días para olvidarnos del desastre del Mar Menor, de otros desastres todavía mayores, de los males propios y ajenos e incluso de nosotros mismos y del señor Rajoy, Mariano para los amigos, que sigue confiando en que durante la siesta en tatami menos pensada se le aparecerá Yahvé en la zarza ardiendo para mostrarle el camino a la gloria. Que también Yahvé nos pille a todos confesados. Ni a Rajoy ni a ningún otro de nuestros líderes –por llamarlos de alguna manera con la que salir del paso sin insultar– políticos, nos conviene que les salga al paso la depresión postparto, como parece que le ha ocurrido a Pablo Iglesias. Nos toca, hoy, sumar fuerzas –¡venga, Pablo Iglesias, chiquitín, aparca ya el orgullo herido y dale caña al mono, que nadie te había dicho que tú eras Alejandro Magno, llegar y besar el santo–.
Mejor tendamos todos la mano honestamente y, desde luego, neguémonos a poner la otra mejilla a tanto aprovechado como hemos consentido que anden por ahí y por aquí sueltos. No nos vengamos ninguno abajo precisamente ahora, cuando el mundo en el que creíamos y con el que soñábamos –en plan José Agustín Goytisolo y su anhelo poético de un mundo al revés– se nos ha caído bruscamente del regazo. Que sí, que es verdad, que cuesta trabajo que se cumplan nuestros sueños, que ya sabemos que no los tenemos baratos. Ah, sí, qué bien: la Lotería, la Primitiva, qué ganas de que caiga del cielo un velero bergantín solo para ti y para Gisele Bundchen. ¿Quién no sueña cada día con ser uno de los beneficiados de Loterías del Estado, por ejemplo? Por lo menos eso… soñar.
Ya sabemos que no tenemos ni el aguante físico ni la fortaleza mental de Nelson Mandela; ni la astucia del Arcipreste de Hita ni el horno para bollos, pero una vez que, como dice Luis Mateo Díez, sin acudir a las rimas pobladas de golondrinas de Bécquer, la realidad nos viene demostrando que «somos un poco tontos del culo», algo tendremos que hacer, cuanto antes y lo más acertadamente posible, y no precisamente para que Europa sepa por fin a qué Gobierno español apretarle las clavijas y tocarle las maracas, sino para recobrar la confianza en nosotros mismos. El eco nos trae lamentos de decaimiento colectivo, es cierto que mezclados con el Oro peleado por Mireia Belmonte hasta con su última gota a gota de sangre y coraje, pero tendremos que intentar que el eco sea solo un espejismo. O eso o la Primitiva para todos, con lo verde limón que está que caiga esa breva.