LA OBRA ‘La respiración’. Texto y dirección: Alfredo Sanzol. Intérpretes: Pau Durà, Verónica Forqué, Nuria Mencía, Pietro Olivera, Martiño Rivas, Camila Viyuela. Escenografía y vestuario: Alejandro Andújar. Iluminación: Pedro Yagüe. Música: Fernando Velázquez. Representación: Viernes, 19 de agosto de 2016. Auditorio Parque Almansa. Festival Internacional de Teatro, Música y Danza de San Javier. Calificación: Muy divertida.
Acaba la representación de ‘La respiración’ y tienes la impresión de que a sus personajes los conoces de toda la vida, y casi que los quieres. Alfredo Sanzol, con la saludable intención de superar el golpetazo ácido de una separación amorosa, escribió una historia, una divertidísima comedia de enredo(s) que se construye sobre un fondo de amargura muy intenso y de autoestima por los infiernos, poblada de unos personajes que forman una pandilla encantadora, rebosante de humanidad, pícaros, tiernos, vividores, fogosos… El texto le quedó redondo: te diviertes mucho, te adentra en el dolor lo justo y te hace volar emocionalmente; te despierta los sentidos, los anhelos, los deseos… Pero es que, como resulta que Sanzol no es solo un excelente y premiado autor, sino también un director con una sensibilidad muy especial para envolver sus montajes con una atmósfera mágica de la que, con frecuencia, no quieres irte todavía, la puesta en escena de ‘La respiración’ le ha quedado redonda. Lo comprobamos el viernes por la noche en el Festival de San Javier –1.400 espectadores, ambiente de fiesta, ovación cerrada…–, en una velada que te deja encantado y te quita como mínimo un par de años de encima. Jodido amor, lo que te hace padecer y gozar y lo vivos que nos mantiene.
Del éxito de este montaje son también muy culpables sus intérpretes, del primero al último, que consiguen seducirte desde el momento inicial. El rosario de afectos y fantasías sexuales que despliegan ante el público, todo con un punto doble de ingenuidad y de tierno descaro que te lleva en todo momento a desearles suerte, se recibe con júbilo.
La historia gira en torno a Nagore, que interpreta con salvaje naturalidad y una entrega feroz Nuria Mencía, cuya valía como actriz no te pilla por sorpresa si ya la viste en su día en el montaje de «Maridos y mujeres», de Woody Allen, que firmó Àlex Rigola. Allí daba vida a Carlota, inmejorable en la escena –te dejaba sin habla– en la que afrontaba el naufragio de su matrimonio. Vaya, en ‘La respiración’ lo que le sucede es que el naufragio ya se ha consumado y lleva un año, desde su separación, derrotada por la soledad y el sentimiento de fracaso. Pero tiene suerte, pese a todo, porque ahí está su madre para hacer lo posible y lo imposible para sacarla del hoyo. Maite se llama su madre, una hippy que está de atar y que porta un corazón descomunal, además de un estimable apetito sexual. Le da vida Verónica Forqué, y con eso ya estaría todo dicho si no fuera porque conviene añadir que el estado de gracia en el que interpreta este personaje, que sin duda parece escrito para ella, te deja tocado pero no hundido: te deja feliz. Qué extraordinaria capacidad para resultar un ser cálido, luminoso, cercano; qué dominio del escenario, sin aspavientos, y cómo cuida en directo de todos sus compañeros.
Maite, empeñada en que Nagore vuelva a sonreír, y a quererse y a volver a enamorarse, le presenta a unos cuantos conocidos suyos: Andoni, su profesor de yoga y hermano de Íñigo, su masajista; a Mikel, su preparador físico, hijo de Andoni y sobrino de Íñigo; y a Leire, novia de Mikel. Majísimos todos, y con sus conflictos emocionales todos también. No les voy a contar con quién está liado cada uno de ellos porque: a) nos darían las uvas detallando el descomunal jaleo erótico festivo que se traen; y b) porque me apuñalaría Sanzol por desvelar la historia, cuyos enredos dejan en una soberana tontería el lío que se llevan y se traen en «La dama duende», de Calderón.
‘La respiración’», que se desarrolla en un territorio a caballo entre la realidad y el sueño, y al que las canciones que lo salpican, escritas por el propio Sanzol y musicadas por Fernando Velázquez, hacen todavía más placentero, es un texto cuajado de desolación y de tristeza, pero también de arrollador humor y de un optimismo que, al final, es el que sale triunfante. Un texto que se hace carne con asombrosa naturalidad en los intérpretes, que encaran muy bien tanto el tono poético de sus intervenciones como el surrealismo desaforado de algunas de las situaciones que se dan. Y todo fluye apaciblemente, arropados los actores por las espartanas escenografía e iluminación de Alejandro Andújar y del jumillano Pedro Yagüe.