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Antonio Arco

Una palabra tuya

¿Olvidar?

23 de octubre de 2016

Pepe H / Nacho Rodríguez

 

(Dice Arnaldo Otegi que es necesaria «una parte de olvido» para «construir el futuro» en Euskadi

Dice Arnaldo Otegi –disculpen si se les acaba de atragantar la magdalena– que es necesaria «una parte de olvido» para «construir el futuro» en Euskadi, que lleva justo cinco años que saben a gloria sin ETA derramando sangre. Se refiere, claro, a olvidar justo esa parte en la que habita el recuerdo de los asesinados. Usted perdone, Arnaldo Otegi, ¿ha dicho olvido con esa boquita suya de piñón? Qué error. Han sido demasiados años, más de cuarenta largos, soportando a los verdugos. ETA: los verdugos; todos nosotros: carne de cañón en sus manos. ¿Olvidar? Olvidar a todos y a cada uno de tantos muertos sin ninguna voluntad de serlo, muertos a traición, por la espalda, por nada, sin aviso, sin causa. Donde quieran que estén los asesinados por ETA, en un glaciar eterno o en la llanura más hermosa del universo, nos acordamos de ellos. Y también de quienes se quedaron con el recuerdo de la sangre caída: su gente.
¿Se acuerdan, por ejemplo, de la viuda del subteniente de Infantería Francisco Casanova, acompañada de una amiga, llegar al cuartel militar de Aizoáin en donde se instaló la capilla ardiente del marido asesinado? Su amiga la abrazaba, su amiga lloraba también. Estaba más serena la viuda del militar que María Isabel Lasa, ídem del último gobernador civil socialista en Guipúzcoa, Juan María Jáuregui, ¿lo recuerdan?, uno de los que apoyó con más fuerza las investigaciones sobre los crímenes de los GAL. Así se lo pagó ETA. Su viuda se abrazaba al féretro de su marido muerto, lloraba sobre él. Qué desconsuelo. Era aún una mujer con mucha vida por delante. Bueno, algo parecido a la vida. Acariciaba sobre el cristal el rostro de su compañero. Colocaron una rosa roja sobre el féretro.
No olvidarlos nunca, no, no, qué error. Recuerdo los rostros desencajados de los hijos adolescentes de los muertos, y de sus padres ancianos. El dolor superaba a la rabia. No se comprende. Ese llanto ajeno, ¿lo recuerdan?, parecía provocar un extraño sentimiento de júbilo en quienes no condenaban los crímenes. Un extraño sentimiento que no conoce la culpa, que no se plantea la duda. La duda es humana, la duda atormentada del príncipe Hamlet.
¿Recuerdan a Manuel Indiano, el joven concejal del PP tiroteado en su tienda de golosinas, lugar de peregrinación de niños? Él mismo –por su forma de ganarse la vida no creo que fuese un explotador, ni un peligro social– esperaba un hijo que llegaría dos meses después. Les daba igual a los verdugos: los padres, los niños (incluidas ‘Las aventuras de Tom Sawyer’, que no habrán leído), las golosinas y la vida (que ellos han amargado a sus anchas a tantos).
¿Olvidar? Qué error. Lo único que me importó algo más de un comino de la puñetera vida del etarra-asesino de Joseba Pagazaurtundua, ¿se acuerdan de él?, detenido por fin en agosto de hace seis años, no es que le gustase la buena gastronomía, ni mantenerse bien en forma jugando al rugby, sino que tomase café. Porque tomaba café no solo para redondear una buena comida, sino también justo antes de empezar una cacería humana: apuró el suyo y no dejó que su víctima hiciera lo mismo, porque lo tiroteó antes y se llevó su vida. Menos mal que, gracias al ADN encontrado en la taza que usó el verdugo, al que está claro que matar no le impide tragar, ni saliva ni café, fue detenido por la Ertzaintza muy cerca del lugar del crimen.
¿Olvidar? Otro día en el que se hizo justicia fue cuando Javier Zaragoza elevó a 72 años de cárcel la petición para el etarra Jon Bienzobas, juzgado por el asesinato, en la mañana de San Valentín de 1996, del expresidente del Tribunal Constitucional Francisco Tomás y Valiente. Fue un día triste, y alegre; fue un día alegre, y triste. Un día leí el brillante e inmortal artículo de Tomás y Valiente titulado ‘ETA y nosotros’, y pensé: «Lo van a matar». Así fue: por valiente, por lúcido, por gran hombre. Lo dijo bien claro y le costó la vida: «A un lado ETA, al otro todos los demócratas juntos». Que nadie se olvide hoy de esas palabras: todos los demócratas –ay, qué palabra hoy más descafeinada y en peligro–. Lo hemos pasado muy mal, lo hemos tenido muy crudo. Merecemos vivir en paz, libres y tendiendo costosos puentes que nos ayuden a encontrar puntos y anhelos en común con quienes no piensan como nosotros, pero sin olvidar ni a uno solo de los asesinados.
Hace nada, una camada de berzotas, muchos de ellos a cara tapada, quisieron irrumpir como fieras en el salón de actos que lleva el nombre de Tomás y Valiente en la Facultad de Derecho de la Universidad Autónoma de Madrid, en la que fue asesinado, para impedir una conferencia de Felipe González. Quizás ni sepan que fue tiroteado porque defendía, a pecho descubierto, un país libre de violencias, odio y sinrazón. ¿Olvidar? Qué error.

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Sobre el autor

Junto a una selección de entrevistas y críticas teatrales, el lector encontrará aquí, agrupados desde enero de 2016, los artículos de Opinión publicados los domingos en la contraportada de ‘La Verdad’, ilustrados por el fotógrafo Pepe H y el publicista y diseñador gráfico Nacho Rodríguez. Antonio Arco estudió Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural y crítico teatral, una selección de sus trabajos periodísticos se recoge en los libros de entrevistas ‘Rostros de Murcia’ (1996), ‘Mujeres. Entrevistas a 31 triunfadoras’ (2000), ‘Monstruos. Entrevistas con los grandes del flamenco’ (2004), ‘Sal al Teatro. Momentos mágicos del Festival de San Javier’ (2004) y ‘¿En qué estábamos pensando? (Antes y después de la crisis. Entrevistas con filósofos, poetas y creadores)’ (2017). Finalista de los premios ‘La buena prensa' 2016.


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