6 de noviembre de 2016
(Tomás Pardo Caro le dijo a su última víctima: «Tengo que matarte porque podrías reconocerme»)
Vivir es un riesgo, lo sabemos los vivos y lo sufrieron los muertos en su propia piel. Veamos un riesgo que pinta muy mal: ser mujer y toparte con un violador que, de forma veloz y actuando a saco, pasa de serlo en potencia a querer demostrarlo sin ahorrar violencia alguna. He aquí, para ella, un auténtico calvario. Demoledor. Una mala noticia: Tomás Pardo Caro es un violador de libro, no escatima en furia ni en humillaciones, se comporta como un salvaje a tumba abierta, y digamos que no parece estar dotado para la piedad, ni por lo ya visto para no actuar como un cerdo muy peligroso cuando decide darle un capricho al cuerpo. Pero, fíjese, llegó la ‘buena’ noticia: le destrozó el futuro a una víctima que padeció su furia y ya nunca dejará de vivir asustada, pero él terminó en la cárcel. Se corría el riesgo de que no se le cogiese tras sus cacerías humanas, pero se le detuvo, se le juzgó, se le condenó y se le envió a prisión. Cierto es que se corría el riesgo de que, por ejemplo, se fugase, pero había que confiar en que no desearía echarle más leña al fuego de su historial delictivo.
Vaya, otra mala noticia: justo cuando se cumplen catorce años de la espantosa violación que llevó a sus huesos a la cárcel, Tomás Pardo Caro volvió a violar a otra mujer. Un episodio siniestro, un auténtico ejemplo de horror, una historia que a todos nos desgarra también un poco. Todas las mujeres corrían el riesgo de ser su nueva víctima, pero tal ‘honor’ le correspondió solo a una: y vive de puro milagro, y está llamada a respirar con amargura el resto de su vida. Tiene 52 años, era de noche, él se cruzó en su camino, la raptó, la acojonó pavoneándose mientras ella conducía su propio vehículo hasta una zona boscosa, y por supuesto no le afectó lo más mínimo verla aterrorizada, avasalladoramente indefensa…; la violó, le robó, cayó en la cuenta de que no quería correr riesgos y le dijo: «Tengo que matarte porque podrías reconocerme». Malherida de muerte, la abandonó como si fuese carroña. ¿Puede alguien no sentir un escalofrío galopante al intentar ponerse en su lugar? Tirada ahí, en mitad de una oscuridad de infierno, corrió claramente el riesgo de no vivir para contarlo. Pero sacó fuerzas de no sé dónde, envió su localización desde el móvil, fue rescatada, entró en coma y ojalá pueda recuperarse y tener la infinita suerte de poder volver a sonreír cuanto antes. Crudo lo tiene.
Su violador, el mismo que intentó matarla, estaba disfrutando de un permiso de tres días. Tres días de libertad, ¿había que correr el riesgo? La juez de Vigilancia Penitenciaria de la que dependía el violador –ahora ya se sabe que apasionadamente defensor de tropezar de nuevo, una vez renovadas las fuerzas, en la misma piedra–, multiplicó por diez las negaciones de Pedro a Cristo a la hora de no concederle el permiso para que disfrutara de la vida loca durante tres jornadas. Pero él recurrió la decisión y, finalmente, la sección 21 de la Audiencia Provincial de Barcelona, por unanimidad, aceptó su petición. La juez de prisiones defendía que había que ser ‘cautelosos’ en este caso, pero los magistrados de la Audiencia, teniendo en cuenta los informes de los miembros de la junta de tratamiento de Can Brians 1 –unas eminencias todos ellos que habían ‘comprobado’ que Tomás Pardo Caro había avanzado mucho en, por ejemplo, «su actitud empática hacia las víctimas»–, entendieron que había que asumir el riesgo de dejarlo libre, cuan gavilán o paloma. Y corrieron el riesgo, en efecto. ¿Y ahora qué?
La bofetada padre que le ha soltado el violador a la bondad de los beneficios penitenciarios, es cierto que ha coincidido en este tiempo obsceno con el riesgo que asumió otra que tal, Vanesa G., detenida tras comprobarse que, con una desvergüenza desbocada, se había inventado que su expareja la había secuestrado y maltratado vilmente, sin ahorrarse el detalle escabroso de que incluso roció de pegamento su vagina. Corrió el riesgo de ser descubierta, pero falló en su deseo de atormentarle la existencia al que un día fue el hombre de su vida. Además, con el enorme eco que ha tenido su caso, se corre el riesgo de relativizar el problema brutal de la violencia contra las mujeres cayendo en la irresponsabilidad de tender a repartir las culpas. A ver, por mucho que todos corriésemos el riesgo de toparnos con esta imbécil, los datos objetivos demuestran que en 2015 solo hubo 18 casos de denuncias falsas presentadas en los juzgados. Solo un 0,0015% del total de las que interpusieron mujeres maltratadas: 129.292 casos de vidas enclaustradas en el pavor constante.