20 de noviembre de 2016
(Valentino Rossi conducía su ‘scooter’ entre el gentío, por lo visto esperando que a su paso se abriesen de nuevo las aguas del Mar Rojo)
Mejor será que Ana Cabanillas, de Cádiz mismo, no tuviera entre sus sueños el de que Valentino Rossi, tras cruzar su mirada con las pupilas de ella, no pudiese resistirse a la tentación de pedirle de rodillas que aceptase ser invitada a una cena íntima a la luz de las velas. Mucho mejor que esto no se le hubiese pasado jamás por la cabeza porque, lo que sí pasó en realidad es que el piloto le arreó, sin querer queriendo, una patada despectiva y muy patada, mientras ella, toda inocente en su mañana de domingo, se disponía a hacerse un ‘selfie’» con palo. ¿Cómo se lo iba a imaginar? Pisando con su calzado color fresa por el ‘paddock’ del circuito valenciano de Cheste, muy concurrido y soleado, de pronto, mientras –¡eso sí!– caminaba de espaldas y a la aventura, buscando el mejor ángulo para su foto de recuerdo, sintió en su propia piel lo que se viene llamando una patada –se admite también coz–, acompañada de un nada cariñoso empujón y de un gesto de desdén nada instructivo. Cuando Ana Cabanillas se volvió, dolorida pero entera, a ver quién la había tratado como a una pieza de rodeo, descubrió, sorprendida pero no agradecida, que había sido Rossi el autor material del gesto bruto.
Rossi conducía su ‘scooter’ entre el gentío, por lo visto esperando que a su paso se abriesen de nuevo las aguas del Mar Rojo y él pudiese transitar por el ‘paddock’ como una reina, cuando, al toparse con el cuerpo de espaldas de Ana Cabanillas tropezando con el suyo, tuvo una revelación: «¡A esta le pego yo una patada, sin autógrafo incluido, y asunto concluido!». Ahora, ella se plantea denunciarle, porque, tras pensar en un primer momento que ¡la patada más empujón más gesto de desprecio! había sido todo ello sin querer, se dio cuenta al ver el vídeo de los hechos de que de eso, nada. Lo ha comprendido: lo hizo con mala leche, con pleno conocimiento de causa, a plena luz del día, toma patada que yo me voy.
La que no debió imaginarse ni muerta la forma terrible en la que moriría, un modo de irse de este mundo a los 81 años que debería hacernos salir a todos a la calle a poner un poco de humanidad allí donde habiten los más desamparados, que siempre son los que en mayor multitud terminan pagando el desorden injusto en que vivimos, fue Rosa. Así se llamaba: Rosa. Vivía, por así decirlo, en una vivienda de Reus. Bueno, hasta ahí todo normal, tarde o temprano será una suerte que usted y yo también podamos llegar a los 81 años de vida; y, en cuanto a lo de ser habitante de Reus, pues nada que objetar, así en principio, tampoco. Lo que ya no está tan claro, más bien todo lo contrario, es la forma en la que iluminaba Rosa su vivienda cuando llegaba la noche. Con velas. Y no por gusto, no era un homenaje a la tierna escena amorosa, a la luz de una de ellas, que protagonizan Reina y Golfo en ‘La dama y el vagabundo’.
A Rosa le habían cortado la luz hacía dos meses porque no podía pagarla. De momento, se apañaba con velas, ya veríamos qué pasaría cuando el frío llamase a su puerta. No tenía edad para penurias y sobresaltos, pero ambas cosas las conoció demasiado bien, con todo lujo de detalles. Murió tras el incendio que las velas provocaron. Ardió. Por lo visto, ni el Ayuntamiento de Reus ni Gas Natural, que no es precisamente una compañía pobre de solemnidad, querían que pasase lo ocurrido. No, no, por supuesto que no. Uno y otra andan cruzándose acusaciones tratando de quitarse el muerto de encima. Pero el muerto de encima tiene nombre, y también tenía una edad que hubiese requerido un gran respeto, un inmenso respeto.
El Ayuntamiento alega, a la luz de la bofetada que se le ha venido encima, que Gas Natural no le había avisado del corte en el suministro de luz de la anciana; Gas Natural replica, ensombrecido su nombre por una muerte que se podía haber evitado, que desconocía que la fallecida se hallaba en una situación vulnerable. Sin querer, nadie quería, nadie sabía, nadie es responsable.
Queriéndolo, la Audiencia ha absuelto al concejal madrileño Zapata –esa luz que ilumina el camino de la inteligencia y el humor fino– del delito de humillación a las víctimas del terrorismo, como si las víctimas del terrorismo no tuviesen ya bastante encima para que llegue Zapata a tocarles los huevos crudos. Zapata se mofó sin la menor gracia de Irene Villa, una víctima de ETA que lo pudo contar por los pelos. Zapata dice que no quiso ofenderla, no quiso herirla, no quiso hacer el cafre. Fue sin querer.