4 de diciembre de 2016
(He aquí una secretaria judicial, he aquí 150.000 euros que fueron desapareciendo del juzgado como por un mandato zodiacal)
Nada, nada, poca cosa escasa, calderilla de rico como Dios manda: 150.000 euros no son todo el oro del mundo, aunque está claro que usted y yo, incluso quitándole a esa cantidad los tres ceros finales, ya nos daríamos con un canto en los dientes. 150.000 euros, sí. Eso es justo lo que fue robando, sin querer queriendo robar, sin prisa pero sin pausa robando, incluso con serenidad y robando sin echar las campanas al vuelo y contárselo a los cuatros vientos. No, fue robando llevando el asunto del robo sistemático con cautela, como para sus adentros –sin por lo visto incluir su conciencia–, la ya exsecretaria judicial de Cazalla de la Sierra, doña Isabel Esteban. He aquí todo un ejemplo fino de que en casa de herrero, cuchillo de palo, y de que no hay nada como no tener que trabajar para pagarte los caprichos y el asueto. Con dinero de los otros, con dinero que no es tuyo, con dinero que debería dar vergüenza solo pensar en rozar, se va tirando mejor, más sueltos de bolsillo y ánimos, como que las cuentas salen más redondas y, mientras no me pillen, pues yo a vivir, que incluso para las secretarias judiciales esto de existir también son dos días, con sus respectivos insomnios, decepciones y sueños por cumplir. He aquí una secretaria judicial, he aquí 150.000 euros que fueron desapareciendo del juzgado como por arte de magia, como por obra y gracia del Espíritu Santo, como por un mandato zodiacal o como fruto de una chorizada más, ni más ni menos, tan típicamente Marca España.
Doña Isabel Esteban se gastó esos ‘eurillos’» robados al contribuyente, ese dinero a su cargo, ese pequeño tesoro sevillano, en ropa para ella y para su hijo, porque no hay nada más hermoso que compartir con tus seres queridos lo no ganado con razón, y en viajar, porque se sabe que no hay nada como tirar millas para conocer gente, para hacer amigos, gente de paz, gente de bien. Descubierto el robo, una vez imputada, confesó al mundo todo que fue quedándose con lo ajeno porque se encontraba mal, como fuera de sí misma, como perdida entre neblinas, como falta de algo suelto para el café de la tarde, como presa de un no sé qué que la impulsaba al robo descarado; la misma fuerza oculta la podría haber conducido a hacerse voluntaria de Cruz Roja, o a practicar yoga en las Alpujarras; pero no, mira qué casualidad, los designios del cosmos para con ella se ve que iban por el camino que conduce a meter la mano en la caja. Se lleva mucho eso, sí, intentar vivir de lujo o parecido a costa de otros, los otros, los votantes, los asalariados, los afiliados, los activistas, los pobres de pedir, los pobres que se dejan torear, los necios que se empeñan en seguir siendo honrados y los que no escarmientan nunca.
A doña Isabel Esteban le gustaba ir de compras por Sevilla, lo cual tampoco deberíamos considerar una excentricidad, pero todavía le gustaba más hacerlo con los euros trianeros que fue desviando, incluso en esos días en los que el calor te deja sin fuerzas para nada, de las cuentas bancarias del juzgado que tenía su confianza depositada en ella.
Durante al menos cuatro años, que se pasan en un vuelo de cóndor, entre 2011 y 2015, se puso literalmente las botas. Pero, fíjese, lo curioso es que el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía (TSJA) –llamémosle ‘ojo de lince’– la destituyó por otra serie de irregularidades que tenían que ver con el cometido de su cargo –abogados y procuradores la acusaban de despotismo y abuso de autoridad–, pero no con el dinero que se iba evaporando hacia su cuenta.
Te quedas mirando a ver cómo reaccionará el personal y las sorpresas no se hacen de rogar. 150.000 euros son una gota de sangre en el océano para todo el poderío económico que maneja con pies de metralla el Estado Islámico, que encima tiene superávit de terroristas, instalados en la debilitada Europa, dispuestos a darlo todo para que cada vez sean menos los que tengan que compartir el aire enrarecido que se respira. Pero, tranquilos, que Trump ya está empezando a tomar cartas, café y puro no cubano en los asuntos que, en mitad de este zarpazo que ha dado la Historia para evidenciar en horario de máxima audiencia mundial que todo está en el aire, resulta que sí le conciernen. Ya ha llegado para quedarse, como secretario de Defensa de Estados Unidos, el general retirado James Mattis, apodado ‘Perro Loco’; él sabrá por qué y sus motivos tendrá. Enternecedor.