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Antonio Arco

Una palabra tuya

Trillo, de nuevo

(¿Por qué no ha mostrado jamás compasión por los seres queridos de los muertos del Yak-42, a quienes trata con desdén?)

8 de enero de 2017

Pepe H / Nacho Rodríguez

Un día me dijo: «Cuando voy [por Cabo de Palos] disfrazado de Spiderman en bicicleta, la gente me da ánimos, me muestra afecto y me recuerda el lema del pontificado: ¡manda huevos!». Ya no era por entonces el Federico Trillo popular y campechano de aquel inmortal ‘¡viva Honduras!’ que exclamó ante el ejército de El Salvador siendo ministro de Defensa, y con el que obligó a los soldados salvadoreños, ¡pobres!, a responder ¡viva!, antes de que el que también fue con éxito presidente del Congreso de los Diputados, ya más atinado, exclamase a continuación ¡viva El Salvador!, seguido del ¡viva!, ahora sí dicho de corazón, de los soldados, todo ello en un contexto de chiste de Jaimito en el que se descuida un pelo el coqueto Trillo y todavía estarían allí todos gritando ¡viva!. Ya no gozaba de tantas simpatías. Por entonces, reprobado con ahínco por toda la oposición por su actuación en el caso –terrible– del Yak-42, y mientras seguía defendiendo su inocencia con una vehemencia que encerraba una lluvia de lágrimas y de rabia, estaba a la espera de que la Justicia se pronunciase y confiado en que las aguas de su honor herido de muerte volverían a su cauce. Pero no fue así, aunque su partido y Presidente/Rajoy decidieron enviarlo más tarde a un envidiable exilio dorado: embajador en Gran Bretaña.

Y, ahora, cuando parecía estar hibernado el trágico, persistente, nada épico, humanamente comprensible a ratos, y más que dudosamente útil y galante férreo afán de Trillo por quitarse de encima con fruición y al galope toda responsabilidad en la tragedia abierta e imposible de olvidar del Yak- 42, el avión hecho un asco que en mayo de 2003 decidió estrellarse por su cuenta en suelo turco y acabar con la vida y la hoja de servicios de 62 militares españoles que regresaban de Afganistán, el Consejo de Estado ha vuelto a encender el fuego de la verdad responsabilizando por unanimidad a Defensa de tan vergonzoso y dramático episodio y otorgándoles, de paso, una gran victoria moral a las familias de los fallecidos.

Trillo siempre peleó por salir airoso de un episodio tan triste e injusto para las Fuerzas Armadas españolas, pero cuesta trabajo creer, por mucho que el único rostro que él muestre en público sea el de una inaceptable arrogancia y una falta de piedad que provoca pavor, que no sienta sobre sus espaldas el peso, personal y político para un hombre que siempre ha valorado el honor, el cumplimiento del deber y el servicio a la patria como tres obligaciones de su condición de buen español, de que ya en su momento la Comisión de Defensa del Congreso lo señalase para la Historia como «responsable político directo» del infierno del Yak-42, y de que por siempre millones de sus compatriotas de buena voluntad sientan vergüenza ajena por su desfachatez a la hora de enfrentarse al desgarro de tantos muertos y vidas de sus allegados violentadas para siempre.

Fueron tiempos muy duros. ¿Cómo olvidar también las desastrosas autopsias que se realizaron a los cadáveres antes de su rápido, pero esperpéntico, traslado a España, a la hora de analizar el hecho inaceptable y bochornoso de que hubo errores en la identificación de treinta de los cuerpos de los militares? Treinta cuerpos sin vida llorados, cubiertos de flores, oraciones y palabras de amor, y finalmente incinerados o sepultados, con el mayor de los mimos y el desconsuelo, por madres, padres, hermanos, mujeres, maridos, novias, novios, hijos y amigos que no eran los suyos y a los que ni siquiera habían sido presentados.
Me gustaba hablar con Trillo de Shakespeare, a cuya obra dedicó su tesis doctoral. Un día lo hicimos sobre el criminal y tirano personaje de Macbeth, que es cierto que termina inspirando, devorado por los remordimientos, cierta ternura. Me contó que su padre le enseñó a que «odiase el delito y compadeciese al delincuente». Y que añadió: «La razón juzga y el corazón compadece». ¿Por qué entonces él no ha mostrado jamás compasión por los seres queridos de los muertos, a quienes trata con desdén? ¿Por qué no ha rectificado su modo despiadado de referirse a ellos? ¿Por qué siendo un tío inteligente, y valioso en muchos aspectos, se ha olvidado del consejo de su padre y se empeña en no rectificar en nada, pensando que, una vez más, este invierno de descontento shakesperiano que lo ha cercado pasará y no habrá ya un solo muerto que ose perturbar sus sueños y su conciencia?

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Sobre el autor

Junto a una selección de entrevistas y críticas teatrales, el lector encontrará aquí, agrupados desde enero de 2016, los artículos de Opinión publicados los domingos en la contraportada de ‘La Verdad’, ilustrados por el fotógrafo Pepe H y el publicista y diseñador gráfico Nacho Rodríguez. Antonio Arco estudió Ciencias de la Información en la Universidad Complutense de Madrid. Periodista cultural y crítico teatral, una selección de sus trabajos periodísticos se recoge en los libros de entrevistas ‘Rostros de Murcia’ (1996), ‘Mujeres. Entrevistas a 31 triunfadoras’ (2000), ‘Monstruos. Entrevistas con los grandes del flamenco’ (2004), ‘Sal al Teatro. Momentos mágicos del Festival de San Javier’ (2004) y ‘¿En qué estábamos pensando? (Antes y después de la crisis. Entrevistas con filósofos, poetas y creadores)’ (2017). Finalista de los premios ‘La buena prensa' 2016.


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