17 de abril de 2016
(En España salta del trapecio el exministro en funciones Soria, y en Australia se perseguirá a los empleados que denuncien abusos en los centros de refugiados en los que trabajen)
Salta del trapecio en funciones del Gobierno de España el canario y ya exministro en funciones José Manuel Soria, después de habernos puesto a todos la cabeza como un bombo con sus explicaciones exculpatorias –con las que logró, con mucha prisa pero sin ninguna pausa, ir haciéndose más y más la picha de Estado un lío–, y no es que podamos afirmar tras su salida nada honrosa que el trapecio se haya quedado mucho más dañado de lo que ya estaba. No pretendo ahora aguarles el desayuno –solos o en familia, que tampoco tengo muy claro qué es peor–, pero… ¿recuerdan a Ruiz-Gallardón, que le salió torito bravo a Mariano Rajoy?, ¿se acuerdan de Ana Mato, esa alma en pena que no veía pasar delante de sus narices ni a un burro volando, quizás porque las lluvias de confetis le impedían ver el bosque?
¿Han logrado acaso olvidarse de ese cuerpo y esa cara y esa cabecita loca que arrastraba con orgullo y chulería por el mundo que le hizo así José Ignacio Wert, cuyo desastre total en Cultura y Educación le premió Moncloa enviándole a París a todo trapo para que afinase su francés a la hora de cantar «¡non, rien de rien, non, je ne regrette rien!», y poco más? Pues así andaba el trapecio antes, y no sabemos si todavía tendremos tiempo de que nos depare alguna otra sorpresa, categoría en la que no meteríamos el hecho sociológico de que lo que luce encima de la cabeza ministra en funciones/Fátima Báñez sea peluca.
Con todo, que no es poco, a que el líder carismático (?) del PP sangre en este momento por ambos costados no solo han contribuido sus desengaños amorosos con los ministros en los que él puso un día el ojo y, al mismo tiempo, puso también en alto riesgo la gestión de un país que se entregó a sus brazos en tropel, sino también otros desencuentros en el territorio de la sociedad civil que se le están clavando en el alma errante.
Desencuentros sangrantes como el mantenido con la mayor asociación de víctimas del terrorismo, la AVT, cuya presidenta hasta el día de ayer, la cordobesa y no precisamente mujer de izquierdas Ángeles Pedraza –cuya hija fue asesinada en la barbarie del 11-M–, ha dejado claro que «no iría en unas listas que encabezase Mariano Rajoy», en cuyo Gobierno afirma no haber encontrado ni apoyo, ni consuelo. Y, eso, cuando el PP se atribuyó ser prácticamente el lugar natural en el que todas las víctimas de la zarpa terrorista hallarían no solo comprensión y ayuda, sino también justicia, abre una veta en el partido conservador por la que se está colando un desapacible frío.
Claro está que siempre existe la posibilidad de negarse a ver que «cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí», o que Mario Conde no solo es un sinvergüenza a corto, medio y largo plazo, sino también un mal ejemplo constante para sus hijos, algo que tristemente a la vista está. Y, sí, por supuesto que hay que reconocer que era una ingenuidad pensar que el sindicato Manos Limpias acunaba bajo su manto a futuros santos y al discípulo más amado de Tenzin Gyatso, decimocuarto Dalái Lama. Podemos negarnos a ver, a levantar cabeza, a apartar la mirada del móvil, enquistarnos en no querer mover un dedo por nadie, reclamar derechos y pisotear deberes, quejarnos del dineral que nos dejamos en el dentista y no pedirle facturas, agarrarnos a la barra de pan y que nos llamen tontos, serlo y sentirnos orgullosos de ello, o no protestar cuando la legalidad, que está para ampararnos y hacer más digerible la convivencia, se utilice para cometer atropellos o para que los que se cometan no vean aproximarse la luz del día.
En Australia, sin ir más lejos, se castigará hasta con dos años de privación de libertad a los empleados que –¡serán desagradecidos, conflictivos, tendenciosos, ociosos, chismosos, pervertidos; incluso malos ciudadanos, vecinos, patriotas, hijos, padres, madres…!– denuncien que se están cometiendo abusos en los centros de refugiados en los que trabajan. ¿Cómo se atreven a no ver y callar, callar y tragar, tragar y apretar los dientes? Y eso, quienes todavía los tengan en su sano juicio.