7 de febrero de 2016
(Confunde Pablo Iglesias a Albert Rivera con Marine Le Pen, o incluso con su padre)
Cada cual su pelea, cada oveja con su pareja y cada tonto con su cuento pekinés, de Calleja o más infantil todavía, aunque, al final, vendrá el lobo de verdad, nos pillará a todos en bragas Princesa, o en pañales democráticos, y no solo no se acabará «este invierno de nuestro descontento», que diría Ricardo III, sino que «vendrán más años malos y nos harán más ciegos», que dice Sánchez Ferlosio. Un tipo que no tiene un pelo de tonto y sí dos ojos para ver tanto las uñas negras de la miseria, a lo Mario Benedetti, como la más bien, para mal, poca altura de miras y, en general, poca sustancia nutritiva de nuestros políticos, sean estos experimentados o estén recién traídos por la cigüeña salida de las urnas y depositados, con sus nuevos aires frescos y su canesú, en los escaños de Congreso y Senado, gallinero arriba, gallinero abajo, porque la mona, aunque se vista de seda y se acomode incluso en la bancada azul, mona de solemnidad se queda.
Confunde por lo visto Presidente/Rajoy en funciones el invierno con el verano y ha decidido tomarse unas inmerecidas vacaciones, y confunde Pablo Iglesias a Albert Rivera con Marine Le Pen, o incluso con su padre –a quien Dios tenga pronto en su gloria– o a lo mejor con algún nieto cabeza cuadrada de quién sabe qué dirigente de las SS, del Ku Klux Klan, del partido griego Amanecer Dorado o de qué se yo qué le rondará a Iglesias por debajo de su melena recogida, por ahora y hasta que se la suelte en ‘Tu cara me suena’. Confunde Iglesias, desacralizado por completo su pensamiento, y revestido de pura intransigencia su obrar de referente de todas las virtudes llamado a liderar este país de descarrilados, al muy respetable y demócrata Rivera, hasta que no se demuestre lo opuesto, con un clon civil y guaperas del general Sanjurjo.
Y al líder de Ciudadanos, precisamente, no parece que en política le hayan florecido los dientes, en una posición cómoda de mesías redentor, hace tres telediarios de Ana Blanco, tres debates en La Sexta y tres heridas, que son las que a veces parece que se cree ungido por la Historia para sanar el líder de Podemos: la de la vida, la del amor, la de la muerte. Uy, qué miedo: Rivera por lo visto es Margaret Thatcher, es un ultra peligroso con carita de haber devorado muchos ‘phoskitos’; es una china en el zapato de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, es el culpable de la Primera Guerra del Golfo, de la crisis de Pescanova, de que los membrillos ya no huelan y de que Fidel Castro no quiera bajarse del burro, al que se subió para desde allí atizar al capitalismo, al imperialismo y a Celia Cruz, y se niegue a colgar el puto chándal.
Iglesias no quiere saber nada de Rivera: no, que no, que venga ya, que de ninguna manera, que ni hablar, que ni que él estuviera loco, que no tiene más que decir, que conmigo o contra mí, que «soy yo la que vive aquí» (Marta Sánchez), que no está por la labor, que no quiera Dios, que no se lo pide el cuerpo, que no le exijan un sacrificio tan demoledor, que se niega a cargar con esa cruz, que cría cuervos y te sacarán los ojos, que él es alérgico a las derechas (?); y que él es él y sus circunstancias, lo que incluye no tener muy claro que su obligación, digo yo, no es acercarse al sol que más le caliente a él, sino buscar, propiciar, construir acuerdos amplios de Gobierno sensato. Que no es tiempo de juego de tronos, sino de jugársela muy en serio.
Rajoy se cree que estamos en agosto, Iglesias que Rivera es el hombre del saco, Celia Villalobos que, a lo reina bruja de Blancanieves, ella sigue siendo lo más de lo más del Congreso; y Pedro Sánchez, que se ha venido arriba como cordero que se niega a que lo conduzcan al matadero, y como Ulises dispuesto a regresar por fin a casa y devolverle Moncloa a los socialistas –entre quienes están algunos de sus más notables y latosos enemigos–, anda dando pasos cargados de expectativas muy parecidos a los que dibuja el león sobre la frágil nieve. ¿Qué saldrá del intento de buscar generosidad y cordura entre tanto ego suelto, tanto copo endeble?