17 de enero de 2016

(¿Tuvo oportunidad la inagotable fuente de posibles chirigotas que es Celia Villalobos de poder saludar al hijo de Carolina Bescansa?)

La verdad, no sé cómo usted lo ve, pero lo que yo consideraría preocupante es que la destacada diputada de Podemos Carolina Bescansa, que mientras las fuerzas del orden no se lo impidan tiene derecho a llevar a su bebé donde le dé la gana –incluida la gana de notoriedad y la de hacer campaña–, se lo llevase a los Sanfermines, a correr el Rally Dakar, a un fumadero de opio, a sudar a granel en una sauna o al plató de ‘Sálvame’. Por cierto, que no en pocas ocasiones se va pareciendo cada vez más a este plató o cueva el Congreso de los Diputados: he aquí, de pronto, una pelea de gallos; o unas gallinas sueltas picoteando despropósitos aquí y allá, o unos cuantos lobos dispuestos a defender a aullidos el territorio de sus intereses particulares, o alguna serpiente venenosa y alguna otra inofensiva pero totalmente prescindible.
Vemos con demasiada frecuencia cómo sin venir a cuento, o con premeditación y alevosía, cuando menos te lo esperas salta la libre con una disputa pueril y electoralista más sobre si es cierto que la gallina vieja (los partidos de la ‘casta’) da mejor caldo, o sobre si los jóvenes castores (los partidos emergentes, que lo tienen casi todo por aprender, pero que merecen su oportunidad) son lo que se necesita en este país, que políticamente, y dicho con todo respeto y con perdón, está hoy patas arriba, viéndoles venir a todos ellos, con Cataluña –dicho también con todo respeto y tal– enseñando las zarpas; y con Susana Díaz –dicho a secas– poniéndole morros cada vez que canta una copla el gallo al socialista Pedro Sánchez, que tampoco termina de encontrar acomodo en este nuevo corral orwelliano-valleinclaniano, con un punto a lo Ramón J. Sender. Es decir: las gallinas que salen por las que entran; y, otra vez, la España camisa blanca de mi esperanza está, como una paloma –de la de Picasso a la de Rafael Alberti–, «buscando cielos más estrellados donde entendernos sin destrozarnos y sentarnos y conversar».
A la presencia del bebé de la diputada en el Hemiciclo, en un día histórico en el que a su madre se le notaba emocionada, y en el que desde luego él no tenía colegio ni que acudir al geriatra, fue un acto de ‘propaganda’ de lo más tierno. Y, por otro lado, existe la posibilidad de que, ojalá, a todas, a muchas o quizá solo a algunas de sus señorías, la imagen de una madre con su hijo en brazos –de los que este salía de vez en cuando para repartir sonrisas y dejarse fotografiar a la fuerza–, les despertarse o fortaleciese su deseo de trabajar, ¡que ya toca!, por el bien común, por construir un escenario más habitable no solo para los que, como el hijo de Carolina Bescansa, tienen su futuro labrándose en nuestras manos, sino además para todos los que vendrán.
Ignoro si Presidente/Rajoy en funciones –otro que tiene un papelón institucional a cuestas empinadas–, tuvo oportunidad de ofrecerle unos ‘chuches’ al más pequeñajo de los ‘invitados’ –sin que el protocolo o el orden del día o, según muchos, el sentido común contase con él– a tan especial acto en el Congreso, celebrado en circunstancias tan especiales como las que transitan por nuestro día a día, que transcurre un tanto al modo de la ensalada italiana de opciones políticas, otro a lo ‘Harry Potter’, porque puede pasar de todo, incluso que veamos a algún brujo o bruja de la política veterana o imberbe echando humo por las orejas; y otro tanto más a lo Cid Campeador a su ‘ancha es Castilla’: ¡Dios, qué buen vasallo si hubiese buen señor!
Por cierto, ¿tuvo oportunidad la inagotable fuente de posibles chirigotas que es Celia Villalobos de decirle al bebé que a ella no le importan las rastas, pero siempre que estén limpias y sin piojos, para que empiece a aplicarse el cuento? Porque es que a ella la coleta al viento de los cambios de Pablo Iglesias, otro que se cree nacido para reinar, nunca le ha parecido lo suficientemente malagueña salerosa. Madres del mundo, ¡defendednos!