LA OBRA. Título: ‘César & Cleopatra’. Autor: Emilio Hernández. Intérpretes: Ángela Molina, Emilio Gutiérrez Caba, Ernesto Arias, Carolina Yuste. Música original: David San José. Espacio escénico y dirección: Magüi Mira. Representación: Teatro Circo Murcia (TCM), viernes 6 de mayo de 2016. Calificación: Floja.
Había leído lo que la gran actriz y ahora también directora Magüi Mira escribió a propósito de este ‘César & Cleopatra’ que, escrito sin más por Emilio Hernández, y dirigido por ella misma sobre el espacio escénico también de su autoría, se estrenó el verano pasado en el Festival de Mérida y el viernes llegó al Teatro Circo Murcia (TCM). Y como aún recuerdo con gusto a la propia Magüi Mira –pálida e inquietante como un aullido de lobo– interpretando a la última reina del Antiguo Egipto en ‘Antonio y Cleopatra’, de Shakespeare, a las órdenes de José Carlos Plaza y, precisamente, clausurando en 1996 la 42 edición del certamen emeritense, tenía curiosidad por ver qué visión daba ella ahora de tan fascinante mujer, personaje y leyenda. Además, a priori este ‘César & Cleopatra’ cuenta con un atractivo de lujo: la presencia de Ángela Molina, ese oscuro objeto de deseo que lleva toda su carrera dejando exhausta la admiración de directores –sobre todo de cine– como Buñuel, Gutiérrez Aragón, Borau o los hermanos Paolo y Vittorio Taviani. En teatro se ha prodigado poco, aunque su presencia en ‘La dama del mar’, a las órdenes de Robert Wilson, dejó claro su enorme poder de seducción.
Explica Mira, sobre su montaje, que «en el limbo de la eternidad César y Cleopatra, dos de los mayores hitos del poder y la seducción, se reencuentran en… 2016. Dos amantes, dos cómplices, dos aliados, dos formas de ejercer el poder, como hombre y como mujer, se enfrentan o se suman». Y añade: «Desde su perspectiva de hoy recuerdan, ironizan y debaten sobre lo que vivieron y lo que han visto suceder en el mundo desde aquel lejano día de su muerte. En sus recuerdos se ven a sí mismos en su momento real vivido hace más de dos mil años». Mira defiende su trabajo como «una propuesta donde la palabra, la música, la danza y la luz sirven de armas y de artes a cuatro grandes actores que van a hacernos gozar, pensar y comprender la eternidad del teatro». Bonitas palabras, si no fuera porque luego uno se sienta, en primera fila, y se topa con la realidad. Decepcionante realidad.
En escena están Ángela Molina y Emilio Gutiérrez Caba (César), que aquí se pasea –eso sí, con su empaque, templanza y sabiduría escénica habitual– como si en cualquier momento estuviese a punto de intentar vendernos un dron, o como si andase presentando una gala benéfica –simpático, educado, familiar…–, acompañados por los intérpretes que dan vida a unos ‘jóvenes’ y apasionados Cleopatra y César: Carolina Yuste y Ernesto Arias. Ignoro cómo funcionaba este montaje cuando los que afrontaban estos papeles eran Lucía Jiménez y Marcial Álvarez, pero en el caso de Yuste y Arias la aportación es más bien escasa, por fría y por la ausencia de química entre ellos, a no ser que entendamos por química el deseo sexual-sensual-erótico que debe desatarse entre ellos cuando se topan cara a cara Cristóbal Montoro y Ada Colau, o Melendi y la ministra Ana Pastor, o Morente de la Puebla y Carolina Bescansa. Donde deberían saltar chispas, solo hay corrección; donde debería brotar la expectación, brota el cansancio.
El texto de Emilio Hernández parece un esbozo para una posible comedia musical, revista o music-hall. Un esbozo para un espectáculo ligero, de esos en los que siempre se agradece, copa en mano, que aparezca, aunque sea colgada de un trapecio, La Terremoto de Alcorcón. Por lo menos nos hubiésemos reído a gusto. Pero no. En este apunte de musical que se queda en nada, con una música insípida de David San José, solo hay algunos chistes fáciles –tipo «César, tienes nombre de ensalada»–, y varias tontunas como la de poner a los viejos amantes a hacerse un selfi. Ligereza mezclada con una supuesta reflexión profunda sobre el poder, la Historia, la pasión y la condición humana, que se escucha y se olvida todo a una.
¿Y la Molina? Pues ahí está, con su porte de estrella, su voz de otro mundo y esos gestos suyos que parecen fruto de que su cuerpo ande por un lado y su espíritu por otro; magnífica en la nada, casi a punto también a veces de vendernos otro dron en oferta, y en un momento espléndido para embarcarse en un electrizante y genial «Largo viaje hacia la noche» que ella bordaría a base de talento y misterio.