LA OBRA. Título: ‘El padre’. Autor: Florian Zeller. Adaptación y dirección: José Carlos Plaza. Intérpretes: Héctor Alterio, Ana Labordeta, Luis Rallo, Miguel Hermoso, Zaira Montes, María González. Escenografía e iluminación: Francisco Leal. Música: Mariano Díaz. Diseño de vestuario: Juan Sebastián Domínguez. Representación: Teatro Romea de Murcia, sábado 28 de enero de 2017. Calificación: Muy buena.
El bombazo emocional en que se convierte Héctor Alterio dando vida a Andrés, enfermo de alzhéimer, en ‘El padre’, te deja literal y felizmente derrotado. No hablamos de preciosista sensiblería barata, no hablamos de viejos trucos de actor sabio y veterano para zarandearte el corazón, ni tampoco de un espectacular final operístico que seduzca por completo tus sentidos y tu laberinto emocional. Lo que logra aquí Alterio, ese ‘monstruo’, en esta obra de Florian Zeller que ha adaptado y dirigido con exquisito tacto, mesura y buen gusto José Carlos Plaza –sin duda sirviéndonos uno de sus mejores montajes, cuidado al detalle con precisión y dirigido desde una humanidad combatiente y necesaria–, va más allá de las buenas interpretaciones a las que nos tiene acostumbrados.
Lo que aquí ocurre, el milagro que aquí tiene lugar, y que dejó literalmente impactado, conmocionado en lo más profundo, al público que abarrotó el Romea, es que Alterio se echa sobre sus espaldas, a modo de corona de espinas y de verdad lacerante en carne viva y sin la menor trampa, el reto titánico de convertirse, a sus 86 años, en el portador universal de un grito de auxilio en favor de la piedad, de la compasión, del amor a los padres enfermos, a los mayores que pierden sus facultades, a todos los hombres y mujeres que se aproximan asustados y perdidos a la muerte; y lo hace logrando que los espectadores experimenten, como si de un misterioso ritual sagrado se tratase, todo el dolor, la fragilidad, la desesperación y la ternura con los que está tejida el alma humana.
Y el resultado es sobrecogedor, sin la menor caída en lo rutinario, sin ni siquiera rozar la caricatura o el fingimiento, manteniendo en todo instante viva la dignidad que todo ser humano merece –hasta el último suspiro–, y sin ocultar en absoluto la brutalidad infernal que conlleva el alzhéimer. Se retrata a quienes lo padecen y también a sus seres más cercanos, sin que ningún afectado pueda sentirse molesto. No conviene no ser delicado con el fuego y, desde luego, ‘El padre’ no cae en los riesgos de la sordidez sin poda alguna, en el efectismo extremo con el que, por ejemplo, el siempre interesante Roberto Castellucci ha retratado el deterioro degradante que con tanta frecuencia acompaña a la vejez.
Está en este montaje Alterio, al igual que todo el reparto –enhorabuena a todos, en especial a Ana Labordeta, que convence y desgarra como Ana, la hija que tendrá que bregar con todas las exigencias, sobresaltos y agotamiento que conlleva la enfermedad del padre–, arropado por las estupendas escenografía e iluminación creadas por el murciano Paco Leal, que acierta con esa especie de gran estancia diáfana y kafkiana al mismo tiempo, en cuanto a las pesadillas que en ella tendrán lugar, en la que hallarán perfecto acomodo, en un juego de viajes en el tiempo, la realidad y la ensoñación, la demencia, el olvido, la obsesión y el deseo de, a veces, salir corriendo bien lejos.
Alcanza Alterio unas cotas de verdad en escena que llegan nítidas al espectador a través de cada minúscula modulación de voz, de cada apenas perceptible movimiento de cuerpo, de cada mirada que se convierte en un libro abierto. Y con qué perfección transmite asimismo la rabia, la rebeldía, la nostalgia y el desamparo que acrecienta el hecho de la ausencia de otra hija, Elisa, cuya muerte en accidente ha olvidado. Y la espera…
Esa mirada suya, a veces de animal salvaje, perdido finalmente en una especie de jaula física y mental, de cripta laica, de caja de música envenenada, de irrespirable isla cada vez más desierta, más amenazante, te desarma del todo. Brutales los momentos en los que ya ha sido ingresado en una residencia: no resta más futuro que la espera de la muerte como liberación. Su temblor, el pavor que lo aflige, su petición entre lágrimas asombrosas de que acuda su madre a rescatarlo, su necesidad de dejar de sufrir, tanta y tan injusta indefensión…; vi entre sus gestos y su entrega admirable la sombra benéfica de algunos de los más grandes personajes dramáticos: el hundimiento emocional de Willy Loman, el carácter poderoso de James Tyrone, la caída en la locura de Lear… Pero no es solo ‘El padre’ un drama notable; también hay muchos momentos muy divertidos en este montaje por el que Pentación ha apostado con gran entusiasmo. ¡Gracias por ello!