3 de julio de 2016
(Un alemán cae al vacío en el Machu Picchu tras saltarse una prohibición para hacerse una foto y perder el equilibrio)
Un alemán de a pie ha muerto en un visto y no visto, y sin ton ni son, haciendo el idiota sin la menor duda. Qué forma tan tonta de descansar en paz, y tan idiota. Eso sí, el alemán de a pie murió haciendo el idiota en estado puro, el idiota sin medias tintas, el idiota sin dobleces, el idiota a las claras y a las verdes y a las maduras, el idiota comunitario y el idiota a plena luz del día, en uno de los lugares más hermosos de la Tierra, el Machu Picchu, donde los amaneceres derrochan una magia que sobrecoge y tienes la sensación de que esos dioses que parecen ignorarnos por completo, y a sus anchas, juegan al escondite ante tus narices entre las imponentes montañas. Es un lugar espléndido para disfrutar de la naturaleza y para sentirse un privilegiado por poder haber llegado vivo hasta allí, pero es también un paisaje trufado de peligros donde te puede salir muy caro hacer el idiota; tan caro, tan caro que ya no podrás volver a hacerlo más.
Al alemán de a pie de 51 años que el otro día decidió hacerlo, el idiota, o bien porque la vida lo hizo así o bien porque el idiota se creía a salvo de accidentes y a salvo de morir haciendo el idiota, o bien animado por el hecho de que se sentía libre como el sol cuando amanece de hacer lo que le diese la real gana alemana, el viaje a Machu Picchu le ha salido más caro de la cuenta y le ha salido rana. Por idiota, lo cual también tiene su mérito, ya que no todo el mundo lo es, al menos con tanta intensidad y tan redondo resultado. Hablamos de ser todo un ejemplo didáctico de idiota a tener muy en cuenta, y no de cualquier idiota.
El alemán de a pie quiso hacerse una foto y hasta ahí todo normal. Pero quiso hacérsela en un lugar peligroso, al borde justito de un abismo al que da vértigo y dolor de muelas asomarse, y ahí es cuando empezó a hacer el idiota, porque acceder al punto en el que pretendía ser inmortalizado está terminantemente prohibido, expresamente prohibido, y solo a un idiota se le ocurre hacer de tal modo el idiota estando, además, tan lejos de casa.
Cayó al abismo y se acabó todo. Ya no volverá a hacer el idiota, e incluso lo más probable es que su ejemplo no sirva de escarmiento a sus posibles batallones de seguidores en todo el mundo, capaces de la mayor idiotez por hacerse una foto, y no digamos ya un ‘selfie’, el último grito, la locura, la felicidad, una razón para existir, una forma de estar en el mundo, un modo de pasar el tiempo y una pesada pesadez que hermana a los homínidos de todo el orbe.
Pero hay más, en lo de la idiotez cometida por el alemán de a pie hay más: concretamente, hay otro idiota. A falta de un idiota, otro que tal. Porque si es cierto que el alemán de a pie hizo el idiota por última vez en su vida, saltándose la señal de peligro y prohibición y poniendo su vida mucho más que en riesgo, como quedó claro, hubo otro idiota que estuvo dispuesto a hacerle la foto al temerario alemán. Es decir, si al menos uno de los dos no hubiese sido un idiota, concretamente el que iba a disparar la cámara para inmortalizar con cara de alemán de a pie al alemán de a pie, justito al borde del vacío que conduce directamente a la muerte, a lo mejor el otro idiota se lo habría pensado mejor, o puede que no, que lo que hubiese hecho es servirse a sí mismo ¡un ‘selfie’! Bueno, en tal caso, al menos, al otro idiota no se le habría quedado cara de imbécil ni ahora tendría tan lógico sentimiento de culpa.
Se puede morir abatido por la enfermedad, o en paz contigo mismo, o justo cuando la edad avanzada toca su techo, o persiguiendo la libertad, o gritando libertad, o víctima de una injusticia, o a causa del mal ajeno, del fanatismo, de la locura; morir de hambre o con sed de justicia, morir por propia decisión, morir de pena o morir de risa, morir en los brazos amados o morir dando gracias a la vida, pero qué nos conduce a morir haciendo el idiota, o el hecho en sí de serlo a estas alturas del siglo XXI, idiotas perdidos en expansión, son misterios inexpugnables a los que no parece posible acceder con los ojos atentos de la más elemental cordura.