El armario despensero que escondía la tableta de chocolate Elgorriaga, un Everest de baldas ocupado por comestibles, hoy es mísero, ajado y triste.
También niego la muerte de mi amigo Juan Carlos. Que fue mi hogar tantas veces. Ese puerto abrigado, esa nana para los días difíciles.Si le daban un premio en cualquier lugar del planeta, me dejaba un mensaje. Y yo le reñía porque la cuenta de teléfono nos daría un palo a ambos. Y me acunaba con paciencia y tocaba “Laura” cuando llegaba mi cumpleaños.
“Me siento una traidora dando de bajas sus líneas” me cuenta su hija, Teresa. Y el amor es un hilo conductor que la deja a ella menos huérfana. A mi menos sola. Traidora me siento hoy cuando le escamoteé conversaciones, visitas, risas. Porque ya sólo hay presente. Me agarro a sus palabras: “Eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor es una chorrada”. Cierto, mi madre trabajó en una fábrica desde los doce años. Mi padre, ídem de lo mismo: “cocinero, cocinero, enciende bien la candela”. Mucho se han de torcer las cosas para que mi hijo no siga jugando a la Wii con la edad en que sus abuelos se echaban a la vida.
Calderón, genio de la composición, un ángel y un demonio travieso de la guarda, era también muy sabio. El pentagrama en el que bailamos hoy es un Re menor. Llegará el tiempo del Sol sostenido. Pero siempre habrá un compás de silencio. Ese espacio donde ya no suena su voz, ni las teclas de su piano, ni el terciopelo de su risa. Y que nadie podrá llenar.