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Mujeres, vamos con lo last, que diría aquel mariquita de la telenovela “Cristal”. Y ello es tatuarse los pezones. Oscurecerlos, darle forma — incluso relieve– para solventar alguna carencia idiota que sospechemos tener. Las féminas somos así. Nunca estamos lo suficientemente delgadas. Nunca seremos lo suficientemente jóvenes. Apenas conozco congéneres que se muestren completamente satisfechas con su físico. “Pues yo te veo estupenda”, le dices. “Pues estás muy buena”, te sueltan los más atrevidos. Ni por esas.
Pero a lo que iba. En el colmo del sufrimiento, el sexo femenino vive oscuros días. Lo único que nos faltaba es esto: el tittooing. No tenemos bastante con la pesadilla de encontrar la prenda que nos gusta en tallas cadavéricas, hacernos las ingles, depilarnos las cejas, las cenas protéicas, el ritual y gastazo de las cremas; los ejercicios para levantar el culo, los trucos de maquillaje y los abdominales hipopresivos. No, en un ejercicio de masoquismo sin parangón, vamos a martirizar a una de las zonas más sensibles de nuestra anatomía para alcanzar un plus más en el camino a la perfección (?).
El tittoing se ha impuesto en Liverpool. Como estamos locas, no tardará en llegar a nuestros salones de tortura, digo, de belleza. ¿Os imagináis semejante operación en las gónadas masculinas? ¿Sospecháis de algún espécimen macho que barajase la idea de oscurecerse sus glándulas reproductivas? Si conocéis alguno, presentádmelo, porfaplis, será sin duda un muchacho digno de estudio.
Nosotras hacemos de todo con nuestras glándulas mamarias; las estrujamos con el wonderbra, las levantamos con continuos ejercicios de pesas y brazos; nos las muerden las criaturas para sacar el alimento y, para colmo, les metemos implantes de silicona. Por si alguien desconoce en qué consiste la operación es muy simple: te rajan por debajo del pecho, introducen el extraño elemento y te cosen. Chupao. Luego un postoperatorio doloroso como pocos y, ¡Voilá! en mes y medio eres una Barbie tetuda.
No repetiré ese tópico insufrible de que la belleza está en el interior; qué duda cabe que la estética ayuda; los cánones equilibrados nos agradan a todos ¡Qué hermoso es del David de Miguel Ángel, qué perfecta la Venus de Botticelli! pero no olvidemos que somos animales y que, a la hora de la verdad, en el gustar, en el juego de la atracción, gravitan a nuestro alrededor otras variables menos evidentes que los centímetros y las proporciones. Lo importante es ese shashashú que provoca temblores de rodillas y corazones desbocados. Ese sashashú que es la sal de la vida.