Tengo la mente sucia. De niña vi muchas películas de dos rombos. Quizá se lo tenga que agradecer a mi madre, que le gustaba Gilda y otros films de contenido más perturbador. Ella planchaba, yo me escondía debajo de la mesa y jugábamos a que no estaba. Pero estaba. ¿Qué hubiera sido de mi vida sin aquellas películas tildadas de peligrosas? Sería la misma, pero más aburrida.
Escribir “dos rombos” no es tan embriagante como ver sobre la pantalla esa forma geométrica. A veces, el dibujo pintaba en rojo, la mayoría en blanco. Inquietantes, retadores. Un farolillo de la perdición. Los rombos que encadenados conforman el diseño perfecto, sexy, muy sugerente de las medias de rejilla. El colmo del erotismo. Apenas las uso porque me da como vergüenzilla ir con ellas puestas ¿Por qué? Por culpa de los dos rombos. Es como calzar el pecado en las piernas, como ir pidiendo guerra, ya me entendéis. Está demostrado: son una bomba de efecto demoledor. Tú sabes que las llevas, que llevas los rombos del vicio clavados en la piel que pasan directamente a tu sangre. Una osmosis de la transgresión. Ellos saben que las llevas. No, decididamente, mejor optar por el panti escueto y opaco de toda la vida.
En este mundo monótono y a veces gris necesitamos los rombos para jugar e inspirarnos. Para sumergirnos en el remolino del deseo, de lo prohibido. Estoy convencida de que el rombo obra en algunas mentes como un potente afrodisíaco. Todo eso hemos de agradecérselo al Comité de Censura de TVE que en 1962 ideó esta fórmula para alertarnos de la maldad del contenido que veríamos a continuación…consiguiendo el efecto contrario. Es imposible resistirse al encanto de lo vedado.
“A la cama que han salido los dos rombos”, decían los mayores de entonces. Pero tú dejabas la puerta abierta. Las sombras de los rayos catódicos se proyectaban en tu habitación y los diálogos llegaban nítidos a tus oídos. Imposible dormirse. Los besos eran más sonoros en el cuarto oscuro porque se hacía el silencio en el salón y después ella exclamaba “Oh, Johny”. Suspiros y jadeos y el rombo se hace grande en tu cuarto. Y ahí entraba en juego la imaginación. Era mucho mejor quedarme bajo la mesa, hacer como si no estuviera y ver la peli que fantasear con ella.