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Lola Gracia

Vivir en el filo

El porno o la vida


 




Todo empezó el día que Max Pradera me sugirió: “deberías escribir un artículo sobre esas personas que intentan imitar todo lo que ven en las pelis porno“.  Me vino inmediatamente a la cabeza esta frase  hecha: “El porno ha hecho mucho daño” y una pregunta: “¿De verdad?” Creo que esta aseveración carece de fundamento, a no ser que uno sea incapaz de distinguir realidad de ficción. Es más, Miguel Ángel Hernández, sostiene que la pareja que ve porno unida, permanece unida. A pesar de que las comparaciones sean odiosas y a pesar de que el porno está dirigido, básicamente, al público masculino (films de Erika Lust, aparte).  Este producto, salvo excepciones –y no se me ofendan los señores– suele ser obsceno y denigrante para la mujer que, últimamente siempre acaba bañada por el semen del macho con cara de haberles tocado el premio gordo de lotería. Un horror.


Las pelis de hoy son básicamente escenas: planos, contraplanos  y planos detalle. No hay argumento, nudo y desenlace, sólo un escenario y fantasías. Recuerdo la primera vez que un viejo amigo (amante muy experimentado, por cierto) se sorprendió porque una chica le pidió que le diese cachetazos en el culo. Aún no se había enterado de la existencia de a Grey, que, dicho sea de paso, tampoco es la vida –por suerte — porque ésta se escribe incluso mejor que la farragosa y repetitiva novela.

Realidad y ficción son ámbitos diferentes. El otro día entramos en un ascensor Enrique Ujaldón, Antonio Rovira, Arcadi Espada, Pepa Plaza y servidora (no penséis cosas raras, acababa de terminar la charla e Arcadi) y lo solté en voz alta.” Ni loca me monto una escena de ascensor con estos calores y con mi claustrofobia”
–Sobre todo porque  aquí no hay pisos altos –sucribió  sabiamente Rovira. 
Y es que los mitos se derrumban como una montaña de azúcar en el viento. En el porno todo es brutalidad, súper miembros, coitos de media hora, salvajes embestidas y cuerpos perfectos. “No sabéis cómo os entiendo, porque además de todo eso tenéis que competir con un mercado de potentísimos vibradores”, añadí. Hubo carcajadas, sí ,pero ¿Me falta razón?. Por eso aprecio y valoro al género masculino. No porque seáis mi materia prima, como decía Arcadi, sino porque si a nosotras la sociedad nos obliga a ser Barbies, lo vuestro creo que a veces es peor.

Por suerte, la vida es más simple que todo eso. Cierto que hay maravillosas escenas de amor que todas hemos soñado vivir como las de El Paciente inglés, o Infiel;  el acto arrebatado de Vincent Martínez con Deneuve en Indochina, o la desatada pasión de Irons en todos sus roles amorosos: LolitaHerida e incluso Madame Bovary. Pero también es cierto que hombres y mujeres pueden repasar mentalmente hermosos escenarios, tórridos besos y caricias de alto voltaje grabadas para siempre en la piel y el corazón. A un espectador de peli porno le aburrirían, claro, pero ¿Qué criterio sentimental, amoroso y erótico puede tener alguien que ve sólo y exclusivamente porno?

Hacer el amor en una escalera de mármol de un palacio veneciano tiene sin duda un valor estético. Igual que el famoso sexo en la playa, en un campo de trigo bajo la lluvia (Macht Point); o de pie, junto al pasamanos de una entrada al metro (Nueve semanas y media). Pero las escaleras se te clavan, la arena pica, el trigo produce estornudos y el metro huele fatal. Y es una suerte porque la vida es así de rica. Mucho mejor que el porno. Dónde va parar.

La foto es de Sara Saudkova

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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