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Lola Gracia

Vivir en el filo

Enemigo mío



Celos y miedo son casi siempre palabras sinónimas. Cuando
sobrepasan otros significados es momento de preocuparse. ¿El ser humano siempre
fue celoso? ¿El hombre siempre ha marcado el territorio para que nadie toque a
su hembra? De ejemplos están los documentales llenos pero ni en todas las
especies, ni siquiera todas las tribus encontramos este comportamiento
.

En aquellas sociedades donde el concepto de paternidad
masculina se diluye, desaparecen celos y sentido de la posesión. Porque parece
ser que, en el fondo, todo es cuestión de no cargar con una progenie que no
procede de tu semilla
. Así me lo ha explicado el experto en Genética de la
Universidad Politécnica de Cartagena, Marcos Egea
.  Por esa razón, los machos sufren más de celos
físicos y las mujeres nos preocupamos más por el aspecto emocional porque,
mira, si el macho echa una canita al aire pero sin abandonar la manada, tampoco
es tan grave. La progenie seguirá bien alimentada. Queridas y queridos, la
ciencia genética lo reduce todo a esta aplastante simpleza y nos hace quedar
como unas interesadas que sólo queremos al macho para que ingrese calorías en
nuestros hogares, o en su defecto, mujeres que aguantan carros, carretas y ese
par de tetas que se impone entre el marido y ellas por el bien común de la
tropa
.

Cierto, con la incorporación de la mujer al mercado laboral todo eso ha cambiado una barbaridad pero, incluso una señora con cuentas saneadas siempre observa el aspecto pecunario en el partenaire. Lo llevamos en el ADN, queramos o no. Pero, no nos desviemos del tema.

El profesor Psicobiología de la Universidad de Murcia, JoséMaría Martínez Selva, asegura  que los celos son dañinos cuando se convierten en el centro de la relación. Cuando lo presiden todo y consiguen el efecto contrario en nuestra pareja. El que cela acaba transformándose en una pesadilla insoportable. Selva apunta otros celos, como
los profesionales, los familiares. Hay personas que se creen dueñas de todo cuanto les rodea y una insalvable inseguridad los convierte en víctimas de sí mismas.

Tenemos otro aspecto no menos baladí. ¿Podemos creer a esos
hombres y mujeres que confiesan no sentir jamás, jamás celos?
Mi amigo DanyCampos afirma que si la mujer quiere tomarse un  break, que lo haga pero con él delante y que le gustaría mirar y disfrutar del asunto (No es por ná, Dany, pero hay que ser masoca y en el fondo eso también son celos porque estás marcando territorio: “tú te la tiras, pero esta es mía”)

Hay celos que son justificados. La escenita presidencial de los Obama el otro día en el funeral de Mandela no es propia de una pareja pública. La cara de perro de Michelle está completamente acorde con tanta tontería. Vamos, si por mi fuera, le casco una colleja, con toda la ceremonia y pompa de la circunstancia. Porque, una cosa es no ser celoso y otra cosa poner la mano en el fuego y acabar más chuscarrao que la pata de una gallina.

Y añadiré  otra consideración de mi cosecha; Creo que gran parte de las personas celosas son terriblemente injustas consigo mismas. Ya no hablo de inseguridad sino del miedo a la propia felicidad. Incluso de no creerse merecedores de que alguien maravilloso esté a su lado. Lo único bueno de ese monstruo de ojos verdes son

las grandiosas obras literarias que esta pasión humana ha generado: desde la terrible Medea a Otelo; canciones como Jealous guy o letras como esos “celos del forro de tu abrigo, de la sonrisa del vecino, que me hacen tu enemigo”.

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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