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Lola Gracia

Vivir en el filo

Mundo peludo, mundo tontuno

 


Imagen del concurso del Rendibú de La Verdad. Los peludos están de moda en el mundo hípster. A mi no me molan nada, la verdad.


A mi no me veréis con pelos en el sobaco. Recuerdo con estupor una actuación de folclórica en el Corral de la Pacheca, aquel invento de Lauren Postigo donde había tanto arte. La señora cantaba muy bien. Pero mucho. De pronto, levanta su brazo lleno de aje y tronío y bajo él se desmadeja una catarata negra de pelos. Una especie de mocho tieso, gigante y muy negro.
Yo tenía seis años. Sí, queridos. Me traumatizó, snif, snif. Y eso que estaba acostumbrada al sobaco de mi madre, con su vello fino y suave, color castaño.

Os juro por Llongueras que a mi padre jamás le escuché decir nada negativo del pelo sobaquil. Así que, toda esta cosa hípster de reivindicar los pelos del sobaco me parece una tontería. Dejaos de patriarcados opresores ni mamarrachadas. El vello no siempre es bello. En ocasiones, es francamente agresivo e incómodo. Recuerdo a una amiga que le creía tan fuerte que le dolía, eran como las cerdas de un cepillo. El pelo resultaba precioso y brillante sólo en su cabeza.

Con la moda, también hípster, de las súper barbas, ídem de lo mismo. Sólo dos hombres en mi vida se dejaron barba por mi: uno porque le rompí el corazón (o eso decía) y otro porque le sentaba francamente bien. Eso sí, la barba pica cuando te besan, donde quiera que te besen.

Vincular la cantidad de vello a la ideología es de risa. Lo que nos sucede con el pelo es que es ese reducto simiesco que nos queda. Es anacrónico, no nos cuadra y por eso siempre andamos haciendo cosas raras con él: desde las mechas californianas, a raparlo al cero (otra forma de transgresión, de protesta). Ahora lo moderno es reivindicar esta cosa
ancestral: el hombre peludo, sobacos con materia prima para hacer tirabuzones y pubis que parecen las melenas de Maradona pero, creedme: pasará. Pasará muuuy rápido. Es otra manifestación de este siglo XXI insustancial que se entretiene
debatiendo y enredándose en temas inútiles, banales, intrascendentes.

Como niña que se negaba a crecer odié todo de mi. Mis pechos a los 13 años, el vello en los sobacos y por supuesto, en el pubis. Poco a poco me fui acostumbrando y lo natural, lo evolutivo, es que poco a poco el pelo deje de importarnos tanto.

Sin extremismos lampiños, sin sobaquembers ni tendencias por el estilo.

Este es el tercer artículo que dedico al pelo en tres años de PuntoG. Y es un tema que siempre trae cola. Desde el tinte de Rajoy, hasta la importancia que damos a la apariencia de nuestros genitales. Algo que, se supone, ve tan poca gente. Un día dejará de hacernos gracia. Ya veréis.

Los deportistas se depilan porque es cómodo y la mayoría de nosotras también. Para todo: para untarte la crema, el desodorante, para el sexo, para lucir un bikini. El pelo en los sobacos se puede dejar crecer un poco pero jamás me metería con él y un vestido sin mangas a una cocina. Un amigo cocinero de FB me manda su foto en la faena. Esconde su poblada barba tras una redecilla. Hasta Arguiñano lleva una perilla recortada .  En la cocina de mi padre nunca vi un pelo fuera. Así que, el vello, como reza la filosofía  Julio Iglesias, “A veces sí, a veces no”.
Pongo todos estos ejemplos carrozas para diferenciarme de los hípster, aunque llegará un momento que reivindicar el Corral de la Pacheca sea lo más in y los torsos masculinos, bellos, esculpidos y depilados, una cosa rancia, neoclásica.
Porque somos así de volubles.  
Este mundo peludo también es algo tontuno.

 

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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