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Lola Gracia

Vivir en el filo

Hay que flirtear más

Nacemos. Un olor nos une a nuestra madre. Nada sabemos de la vida. A ciegas nos dejamos envolver por el calor, por el afecto gratuito y generoso de alguien que nos protege sin pedirnos nada a cambio. Lloramos y el perfume de la leche materna nos calma. Aún no hemos aprendido el arte de flirtear, de conquistar a nuestro entorno para que conspire por nosotros. Para que los otros se conviertan en una campana protectora que nos da todo porque sí. Porque el niño demanda atención y no le importan los problemas de los mayores. Es egoísta y reclama dedicación constante, continua. Exclusividad. Y siempre necesitará nuevas muestras de amor. Nunca será suficiente. Los primeros meses romperá en gritos para hacerse escuchar. Después, desarrollará el lenguaje no verbal que los humanos llevamos impreso en los genes.
El niño tendrá metido en su bolsillo a esos adultos que les adoran sin necesidad de demostrarles nada. No será eterno. Un día, el niño descubrirá, de la noche a la mañana, que se acabó su reinado. Desaprenderá el arte de flirtear, que era connatural a él, que desarrollaba de una forma espontánea.
Hoy día se nos ha olvidado cómo flirtear. Una pena. Es un juego maravilloso.
El flirteo porquesí, sin expectativas, como un diálogo de seducción y simpatía. Yo flirteo continuamente. Es como un resorte, no con todo el mundo, claro. Pero hay personas que te gustan. Y ya está. Y quieres que sientan que son apreciados, valorados, incluso queridos. Sin objetivos de nada. Sin fines sexuales.
Fíjense en los niños para reaprender el arte del flirteo del que conocíamos todo cuando no levantábamos un palmo del suelo. Ellos establecen primero una potente conexión visual. El mirarse insistentemente es una señal inequívoca de que hemos mordido y han mordido el anzuelo. Hay algo que no falla: la sonrisa y la carcajada. Flirtear es tan bonito que poco importan los resultados. Es la exaltación de lo lúdico, una danza de miradas, palabras, movimientos y olores. Y regresamos a nuestro instinto más primitivo. A ese que dominaba nuestros primeros días en el planeta. Volvemos al olfato.
Me contaba el otro día el profesor Marcos Egea Cortines que las mujeres elegimos al hombre en función del olor. De todos, nos quedaremos con el que nos mejore como especie en el caso de reproducirnos. Con ellos sucede lo mismo. Además, la mujer también se siente atraída por los ejemplares de macho que presentan mayor grado de simetría. Da la casualidad que, según todas las investigaciones, a mayor simetría, feromonas más potentes. Vamos, que el mundo está muy mal repartío. Los guapos son más atractivos por todo, incluido por el olor.
Hoy que todo es tan digital, que vivimos aislados en nuestra pantalla-burbuja, les propongo que levanten la cabeza de su android, de su tablet. Fíjense en el despliegue erótico y suntuoso de las flores que se abren de par en par, engatusando a los insectos para que la naturaleza obre el milagro de la polinización. Déjense embaucar por esta borrachera de Azahar y que la brisa marina penetre por sus poros.
 Hay que abrirse, sin excusas.
Hoy los otros ya no colmarán nuestras necesidades a cambio de nada ¿Y qué más da? Sean generosos, abandonen la política de la escasez afectiva. Abandonen el circunloquio ególatra de su vida porque los otros nos completan. Y, por el amor de Dios, abandonen el sofá, la pereza monumental que produce arriesgar a cambiar. Si no aprendemos,  no crecemos y si no crecemos ni reímos, ni lloramos ¿Para qué demonios estamos aquí?
Hala, a la calle, a flirtear, que la vida se acaba

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


abril 2014
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