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Lola Gracia

Vivir en el filo

Las dos velocidades del amor

Frente a frente, él toma la cabeza de ella como hacen los lamas en señal de reconocimiento. Ella le cabalga sin pausa, sorprende esa cercanía, ese gesto entre tierno y fraternal en el fragor de tanto fuego y pasión. Pero quizá esa mezcla de hermanamiento, placer y éxtasis, de entrega mutua sea lo más parecido a hacer el amor. ¿O quizá no? Porque hay momentos de urgencia, de sorprendente conexión; de “no hay más remedio que entrar a matar” tras apenas cinco minutos de besos. Y es lo que toca. Esa deliciosa excitación contagiosa que pone los corazones de cero a cien en apenas unos segundos. ¿Es eso peor que tomarse las cosas con calma?
Hice una pequeña encuesta entre mis seguidores de Facebook y, sorprendentemente, el “aquí te pillo aquí te mato” ganó por goleada, también entre las chicas. Quizá por la sorpresa, porque esa rapidez la hemos aprendido del cine, que se recrea en los detalles a la velocidad de los fotogramas, no a la real; que ha llenado nuestra cabeza de planos, contra planos hermosisimos. De besos que recorren todo el cuerpo en fracciones de segundo; De manos que se esconden debajo de la ropa; de bocas que arrancan la lencería a dentelladas. De una mesa de cocina a la que el amante salvaje despoja de contenido para follarse a Jessica Lange de forma inmisericorde en “El cartero siempre llama dos veces”; Por no hablar de la colección de imágenes que nos dejó la mediocre “Nueve semanas y media”: lluvia, bocas de metro, tiendas de colchones.
Pero a lo que iba; ¿Es mejor una cosa que otra? Personalmente me disgustan las prisas. Todo lo que me supone un placer requiere su tiempo: leer, comer, dormir y hacer el amor.
Me encanta la filosofía del tantra (todo, salvo lo de llegar al orgasmo sin tocarse, ya bastante poco nos tocamos los unos a los otros en este mundo pantallizado). El tantra dice que nos recreemos en el deseo; que el lenguaje de las miradas hace más rica cualquier caricia —el cine, sin embargo, nos enseña que los protagonistas cierran los ojos casi siempre que están pasándoselo en grande — Que las palabras son también un pata importante de ese momento mágico y sagrado del coito y que los besos son fundamentales, ineludibles: “besa con suavidad, explorando los labios del otro, deslizando tus labios sobre los de él o ella, alternando la presión, ejerciendo una suave succión, acariciando con la punta de tu lengua su mucosa bucal”; total nada. Que entregarse al acto de besar —dicen— supone una transmisión de sensaciones nada desdeñable.
Así las cosas, en este mundo de dos velocidades, quizá el amor y el sexo también tengan dos velocidades. Relaciones que avanzan y fluyen contra todo pronóstico; otras que se ralentizan hasta morir de aburrimiento y coitos de extrema necesidad –a veces no sólo física, a veces para confirmar una verdad, para reafirmar con hechos lo que el hombre dice con palabras — o días de armoniosa conjunción de cuerpos y almas donde la palabras, las vivencias, las conversaciones, una buena comida, e incluso una siesta reparadora juegan entre las sábanas de aquellos que se aman.

 

Una amiga viuda me comentaba la saludable vida amorosa que tuvo junto a su esposo, a veces con pena. Yo sin embargo la envidio de un modo sano. Esas parejas que mantienen el amor, el fuego y el deseo casi inalterable a lo largo de los años son la rara excepción. Quizá ellos mejor que nadie podrían explicar las bondades de amar a dos velocidades. De gozar con la parsimonia y con la prisa

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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