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Lola Gracia

Vivir en el filo

Muera el amor

 

 

 

¿Os acordáis de la famosa canción de Rocío Jurado? Parece que alguien me la ha metido en vena por vía subliminal. De un tiempo a esta parte todos los tíos me parecen sosos, aburridos, feos o muy feos. Llega la hora de la cita y comienzan los bostezos, la pereza monumental, las pocas ganas de arreglarse para nadie. Total ¿Para qué?

El amor que nos venden en el cine, ese donde los dos llegan juntos al orgasmo, se da unas pocas veces. No digo que no exista. Incluso yo he vivido en carne propia eso de conseguir ese goce brutal del uno con el otro al unísono. Una temporada me dio por bautizarlo como “follación sincronizada”. Pero ya está. Se acabó. Porque después de todo eso lo que viene siempre son sinsabores, decepciones, promesas rotas o relaciones que se mantienen por un interés crematístico.

Como dice una compañera del máster es que los orgasmos tienen mucho tirón. A las mujeres nos dan un orgasmo y nos ponemos el mundo por montera. Y qué verdad es ¿Pero qué pasa con los hombres? Pues que en general sois unos mataos. Y el orgasmo os gusta, pero la comodidad os fascina. Algunos raros son capaces de romper su rutina por un amor verdadero pero si falla, pues ponen fin a la vida amorosa. El otro día conocí a un príncipe encantador que me confesó ser un Don Juan. Hay que llegar a unos elevados niveles de desencanto para auto colocarse esa etiqueta.

Me he tropezado con un video que os recomiendo. Apenas dura tres minutos y se titula “True romance”. Y sentí envidia de mi misma algún tiempo atrás. Los protagonistas se besan en todos los sitios inimaginables: en medio de una manifestación, entre cables, por supuesto en el coche, en las estanterías de un supermercado, en la cornisa de un edificio. Son besos reales: con mucha lengua, con saliva, con barbas, con sudor. Ese es el amor explícito, salvaje y maravilloso que cualquiera añora, no la comedia barata de Hollywood que ya nadie se cree.

Cuando uno ha vivido ese amor y sale mal resulta que le pasa como al príncipe encantador, como a mi. Que ya nos hemos blindado. Que simulamos divertirnos pero en el fondo nos sabemos de memoria el guión de esa película. De hecho, la hemos protagonizado varias veces . ¿Quién es el valiente que se atreve ahora a ir a pecho descubierto con un corazón palpitante al aire?

Un video como el de “True romance “puede motivar. Quizá exista alguna terapia de cincel, pico y pala para desbloquear esa coraza. Miraré algún tutorial de Youtube que uno encuentra de todo.

Es posible que encuentre el valor necesario para desterrar toda mi educación judeo cristiana y me convierta en ágama. Los ágamos rechazan el amor, se rigen por la razón como máxima autoridad decisoria, reintegran las relaciones al ámbito de la ética. Su prédica también incluye el rechazo al concepto de género y al concepto natural de belleza (para ellos es un concepto construible). La agamia sustituye la sexualidad por erotismo, los celos por indignación (que me da la risa) y la familia por agrupación libre

No sé si, con tantos pájaros cinematográficos y musicales en mi cabeza, podré desprogramar todo el romanticismo que me han inculcado y que tanto me gusta y me inspira.

Queridos lectores del punto G: Ante los desengaños y sinsabores ¿Serían capaces de elegir algo como la agamia? ¿Serían capaces de vivir a base de folla amigos?

Ojalá pudiera, de verdad. Mi vida sería más fácil. Pero, como cantaban los Panchos, lo dudo.

Rocío Jurado tiene la culpa.

 

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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