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Lola Gracia

Vivir en el filo

¿ En qué piensas?

 

 

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Pintemos la escena. Habitación blanca, sábanas blancas. Un ambiente diáfano, brillante de luces otoñales. Una pareja hace el amor. La silueta de ambos se recorta contra el fondo de la pared. Sombras chinescas y calientes. Tras la resolución él la besa. No dice palabra. Se tumba boca arriba. Está satisfecho, feliz. Nada necesita. El blanco del techo se le antoja, insinuante, un buen lugar para perderse. Y de repente la pregunta, esa pregunta: ¿En qué piensas? Fin de la paz. Ellos siempre dicen que en nada y nosotras querríamos tener un gran destornillador, abrirles un agujero imaginario en la frente y saber, de verdad, qué tienen los hombres en la cabeza.

Probablemente los hombres no guarden en ese momento un grave secreto ni una preocupación. Probablemente exista una nada que nadea en el blanco de sus pensamientos post coitales y nosotras,descreídas, caemos rendidas a su misterio.

Ah, el misterio. Ese es el gancho más eficaz que existe para enamorar y que nos enamoren. Al menos, al principio. Al menos, hasta que llega un momento en que te das cuenta que pocos misterios se resisten a la complicidad de las miradas, de las palabras clave, ese glosario que crean los enamorados y que resumen mil sensaciones en una. No hay misterio ni falta que hace.

De niña me gustaba cavar hoyos en la arena y en la tierra huertana de mis abuelos. Esos agujeros eran el escondite de mis tesoros: un trozo de espejo roto, una canica, pétalos de rosa, una margarita, una piedra chula. Regresar al día siguiente, desenterrar los tesoros y mirarlos uno a uno era un ejercicio delicioso. Siento que, a veces, he realizado ritual con las cabezas de mis amantes y en su vacío mental he guardado palabras, momentos, olores, músicas, frases que luego ellos han recreado y desenterrado y entregado de su fosa encefálica. De entre su masa gris, un rayo de luz sembrado, germinado, cosechado. Buen trabajo, me digo.

La idea de coleccionar tesoros, de rincones secretos, de espacios sagrados donde todo es posible creo que siempre me ha obsesionado pero, además, las mujeres tenemos ese afán de llegar al final de todo, de conocer todas las piezas del rompecabezas, de escudriñar las cien mil neuronas del amante, como las cien mil estrellas del cielo hasta que uno despierta y piensa ¿Para qué? ¿Para qué lo quieres saber absolutamente todo del otro? ¿No tienes suficiente con saberlo todo de ti mismo? ¿Acaso estás seguro de saberlo todo de ti mismo? Porque yo no.

Chicas, dejemos de hacer la absurda y recurrente pregunta: ¿En qué piensas? Porque después de hacer el amor los hombres básicamente piensan: “qué agusto me quedao y qué ganas tengo de dormir”. No encontraréis filosofías trascendentes, ni frases híper románticas que guardar en vuestro hoyo excavado bajo la tierra. Además, la trepanación mental es una cosa muy fea. Casi mejor ocúpate de crearte un interior fantástico, tu cosmogonia personal en la que perderte sin ansias ni carencias de hombres que después de hacer el amor miran el techo sin palabras. Encuentra el misterio en tu interior porque, sin duda, existe, nuestro subconsciente está plagado de información genética ancestral, de tus sueños más peregrinos, esos que se perdieron en la marabunta de las obligaciones y exigencias más urgentes.

Chicas, vosotras sois el misterio. No digo que haya por el mundo un macho trascendente que tras el desahogo le venga a la mente un tratado sobre la velocidad de la luz, salvo, quizá Einstein. Y tampoco. Los hombres, por muy genios que sean,  siempre son literales y cuando dicen nada, siempre es nada.

 

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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