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Lola Gracia

Vivir en el filo

El relator y la isla de plástico

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La palabra relator me recuerda al dementor de Harry Potter. No lo puedo evitar. Este galimatías dialéctico de palabras raras me refuerza más en mi teoría de que los políticos, todos ellos, viven en el story telling y no en la pura realidad. Ya no hablemos de Casado haciendo la cuenta de la vieja ente los abortos y las pensiones. Insulta mi inteligencia.

Llevo a mi hijo al cole y entre la niebla de la mañana, el humo de los coches y el run run de Carlos Alsina intentando explicarnos las versiones del nuevo encuentro del gobierno con los representantes del asunto este catalán-independentista, lo más inteligente que escucho son las referencias de Gonzalo a Bach. Y eso que Alsina me encanta.

Nos emocionamos con los grandes músicos. Mozart, Beethoven, Bach. Sus cantatas, las misas, la música sacra. El inefable Requiem. Lamento haber dejado de cantar, quizá mi cerebro recibiría esas dosis extra de oxígeno de antaño. Quizá esta realidad tozuda y absurda de nuestros políticos y sus galimatías sería más llevadera. Coño, casi le tengo que dar la razón a Felipe Gónzález ¿Para qué está el Parlamento? ¿Para qué queremos mesas no-sé-cuántos y relatores-dementores cuando nuestro país ya tiene un foro de debate establecido y tipificado?

El manual de resistencia de Pedro Sánchez bien lo podríamos escribir todos y cada uno de nosotros, los ciudadanos, que hemos de cohabitar con estos discursos que se alejan de nuestros problemas reales. Que son los de siempre: seguridad económica, seguridad emocional y seguridad a secas. Es la necesidad básica de todos y cada uno. En vez ofrecernos tanto relato prefabricado pisen el suelo. Señores: pirámide de Maslow. Y ya lejos del ámbito macroeconómico, hemos de apelar también a mantener los derechos ya conseguidos. Como el derecho al aborto y no mezclar churras con merinas.

En este patio mediático todos hacen mucho ruido y pocas nueces.

La consistencia es creer que un mejor futuro para todos es posible. Un futuro sin islas de plástico, algo casi imposible de conseguir porque de qué me sirve que Mercadona quiera poner las famosas bolsas de papel –que nos cobrará seguro– cuando continúan empaquetándolo todo con plásticos como si no hubiera un mañana. Y quien dice Mercadona, dice Carrefour, Lidl etc. Por favor, que esos departamentos de  I+D encuentren una fórmula biodegradable para los alimentos. No quiero islas de plástico para mi hijo pero cada dos días sale una bolsa de bricks, packs y envases de mi casa para el contenedor.

Un futuro en el que nuestros hijos puedan aspirar a tener un empleo en condiciones dignas de salario y tiempo, que puedan estudiar lo que quieran, que las limitaciones económicas no sean un obstáculo para conseguir lo que desean como ciudadanos; que puedan trabajar en cualquier parte del mundo, perseguir sus sueños y alcanzarlos.

La dialéctica farragosa que llena la política y llena los espacios de televisión y radio, a pesar de la brillantez de sus comunicadores, es un ruido de fondo que nos aletarga y aleja de las cosas que verdaderamente importan: tus metas a largo plazo, tu propósito de vida, tu felicidad real y no la que te quieren vender los grandes almacenes.

Como exclamaría Homer Simpsom ¡Me aburrooo! Prefiero mil veces la conversación sobre Bach, Beethoven y Mozart que tengo con mi hijo en el coche.

Ahora sólo quiero plantearme cómo poner fin a las islas de plástico, cómo organizar la lista de la compra para parar este desastre medioambiental y que entre todos consigamos un mundo feliz. De relatores-dementores y calculadores de pensiones y abortos no quiero saber nada.

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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