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Lola Gracia

Vivir en el filo

Satisfechos pero no demasiado

Si los creadores de juguetes sexuales consiguieran hacerlos más silenciosos, todos ganaríamos mucho. El otro día, de visita en el sex-shop, me llamaron la atención varias cosas. La primera, encontrarme sólo hombres. La segunda, el lugar de honor dedicado al vibrador del que habla todo el mundo: el Satisfyer, más conocido como el famoso succionador de clítoris.

Le pregunté a la dependienta diversas particularidades del aparatito, hasta lo cogí entre mis manos y apreté el botón para observar su funcionamiento ¿Y? pues lo de siempre, bastante ruido. Imagino que los pequeños motores no dan para más. Mucha potencia en minúsculos tamaños y precios asequibles dan como resultado estos productos competentes pero ruidosos.

El succionador viene precedido por una enorme campaña de publicidad, no en balde estoy escribiendo de él sin probarlo en mi cuerpo, ya entienden. Hay mini anuncios de novios traumatizados porque el aparatico les hace sombra como amantes y las mujeres lo compran en masa. Es el best-sellers de los dildos en los últimos meses, para que lo entiendan.

Vengo observando que muchos terapeutas y sexólogos se dedican a promocionar juguetes para hombres y mujeres y nada que objetar. Son herramientas que pueden apoyar un acto sexual más divertido o variado. Herramientas casi obligatorias para singles empedernidos porque entre una pareja sexual y otra pueden pasar muchos, muchos días e incluso meses.

El juguete sexual es antiguo como la vida, como he contado en algunos puntos G. Hay dildos en piedra de la época de los romanos. El primer vibrador con electricidad surgió para curar las tendinitis de aquellos médicos encargados de realizar el famoso masaje pélvico a las señoras aquejadas de histeria, o sea, a las señoras cuyos ardores nadie calmaba porque nadie sospechaba que los tuviesen. Acaso ni ellas mismas, pobrecillas.

A lo que iba, los juguetes como apoyo a parejas que han perdido algo de pasión o que son curiosos y quieren probar cosas nuevas son estupendos. Los juguetes como sustitutos totales de la interacción humana me parecen necesarios, pero son un síntoma de una sociedad de solitarios. Y esto, realmente, me apena.

Es como los suplementos vitamínicos. Son estupendos, sin embargo, en las mismas cajas te indican que no son sustitutos de una alimentación sana y variada. Vamos, que desistas de vivir de suplementos porque, aparte de resultar aburridísimo para tus papilas gustativas, pueden perjudicar tu salud.

Con los juguetes sexuales y bajo mi personal y subjetivo punto de vista ocurrirá lo mismo. Para un momento puntual, incluso para una etapa puntual de tu vida pueden estar bien. Son fundamentales para que la mujer conozca su cuerpo, básicos para darle un poco de variedad y vidilla a estos matrimonios largos y con escasa actividad erótica pero nunca pueden sustituir totalmente al sexo real con personas reales.

Llamadme ilusa. Ya me enfado cuando en algunos comercios me obligan a cobrarme a mi misma. Me parece un horror que me obliguen a interactuar forzosamente con la máquina y encima me cueste el dinero, pero, no sólo eso, ¡me cobran lo mismo!

La robótica y los electrodomésticos son grandes inventos, pero prefiero mil veces el sudor, los fluidos, las palabras, la pasión y la espontaneidad del primitivo ser humano a un sofisticado y bello artilugio a pilas que, además, hace un ruido horrible. Un ruido poco erótico bajo, también, mi humilde punto de vista. ¿No será mucho mejor que te digan mi amor, te quiero, eres preciosa a ese zumbido monótono y predecible? ¿A ese bzzzzzzzzzzzz atronador?

No hay color. Estoy segura que hasta los creadores del Satisfyer me darían la razón.

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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