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Lola Gracia

Vivir en el filo

Y en polvo te convertirás

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¿Se imaginan a un hombre suicidándose porque rueda por la red un video porno de él haciendo guarreridas con una anónima? No ¿verdad? Acaso, quizá, aturullado. Sobre todo, si resulta que está súper casado, o que es alguien conocido, o una persona que tiene una imagen que defender. ¿Pero quitarse la vida por semejante descuido? No, ni hablar.

Secretamente sus compañeros de cuadrilla pensarán: vaya, zutanito de tal, el macho entre machos; el afortunado que no sólo vive la vida loca, sino que se permite grabar sus hazañas sexuales para que cualquiera, sin querer queriendo, las pueda cotillear.

Personalmente, poco me importa lo que hagan hombres y mujeres en la intimidad de sus alcobas. Socialmente, detesto el escarnio público al que, aún hoy día, se somete a la mujer que disfruta de su sexualidad y alardea de ello. El lenguaje y sus connotaciones son prueba viviente de que lo que para el hombre es una “proeza”– a la altura de un Nacho Vidal– para la mujer es una bajeza y que por disfrutar de su sexualidad ,libre y abiertamente, puede ser calificada por el resto de la sociedad con palabras tales como: guarra, zorra, puta o facilona. Deleznable ¿verdad?

Ellos, sin embargo, son vistos por sus compañeros hombres casi como súper héroes y —por algunas mujeres de cortas entendederas— como ejemplares únicos, sementales a los que agarrarse en una noche de soledad y aburrimiento.

Quiero creer que vivimos en otro tipo de mundo. En el que un actor o actriz porno tienen la misma consideración: esto es, personas que ofrecen ficción a cambio de una remuneración económica. Porque eso es el porno al fin y al cabo: ficción y nada más que ficción.

Quiero pensar que el caso de la empleada de IVECO, quizá harta de una rutinaria vida matrimonial, encontró una escapatoria provisional a una existencia asfixiante haciendo algo diferente. Por supuesto, confió en la persona equivocada. O erró el destinatario. Qué más da. Perseguimos la igualdad pero esa meta está aún muy lejana. Los mismos actos se juzgan de modo diametralmente opuesto en el sexo masculino y femenino. Nadie debería morir por disfrutar de su sexualidad. Si acaso, morirse de gusto en los escasos segundos del orgasmo; convertirse en polvo enamorado pero nunca, nunca jamás, detestare por saber gozar de la vida y ejercer tal derecho con libertad y alegría.

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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