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Lola Gracia

Vivir en el filo

Eros y tanatos

 

La muerte no existe. Es sólo un cambio de estado. Nuestro cuerpo mortal se arruga, se deteriora. Podremos adquirir un aire matusalénico pero nuestro espíritu sigue ahí, rebosante de vida para lo que tenga que venir. Un día, quizá, la materialidad es incapaz de sostenerse, a pesar los esfuerzos del alma y la mente.
Un día, nuestro cuerpo se convierte en un envoltorio perecedero que nada contiene y nuestro espíritu vuela libre.
En ese estado elevado de conciencia todo es posible. Las cortapisas, prejuicios y miedos que también acompañan a la deliciosa terrenalidad desaparecen. Es triste que para llegar a sentirnos tan plenos y poderosos, primero debamos abandonar nuestro cuerpo, atravesar una vida llena de altibajos y quizá padecer absurdas enfermedades que nos roban el precioso tiempo en el que pisamos el suelo con nuestros pies de carne y hueso
Presenciar de cerca la muerte de personas que quieres desde una edad temprana es un fenomenal entrenamiento paran relativizar todo lo que te pueda ocurrir en el transcurso de los años venideros. Podrás tener momentos de éxito y regocijo, pero sabrás que todo es temporal. Que un día todo eso se acaba. Podrás pasar calamidades y penurias, pero eres consciente de que son meras distracciones para tu objetivo final que no es otro que nacer para morir.
Cada segundo de dicha hay que atraparlo incluso con avaricia. Nunca dura demasiado. Nunca hay que dar por sentado que la felicidad se nos da hoy y para siempre. Por eso me parecen tan absurdos los juramentos de amor y los votos que se proclaman en las bodas. Ese “todos los días de mi vida” puede ser todo o nada. ¿Por qué establecer esa cadena envenenada si la vida es todo y es nada? ¿Si en un segundo puedes estar fuera de ella? ¿Por qué tenemos que mezclar el amor con la muerte? (“Hasta que la muerte nos separe”) ¿No os parece demencial juntar el idilio, la pasión y el romanticismo con las exequias y las pompas fúnebres? Más que escritores de liturgias lo que hay por el mundo es mucho cenizo pero…Si, como proclamo, la muerte no existe ¿Por qué nos aferramos a ella tanto como a la vida? ¿Por qué el eros y el tanatos andan juntos de la mano todo el tiempo? ¿Por qué al orgasmo se le denomina en francés “petite norte”?
Porque nunca se habla de la muerte física si no de otro tipo de muerte: el fin de la esperanza, el fin de la concordia, el fin del sufrimiento gracias a las deliciosas fuentes del placer.
La vida es un eterno infinito encadenado. Nos aburriremos de pasear nuestros dedos por este símbolo pero todo fin se encadena a un nuevo comienzo y así, hasta el infinito, valga la redundancia. La vida son círculos concéntricos que nos alejan o nos acercan a las personas, los eventos, los sucesos, el amor, el desamor. Podríamos describir cada hito de nuestra existencia gracias a esta vibración inaudible, intocable que es capaz de la transformación, la devastación, la construcción, la creación.
El ser humano y su poder transformador.
Nosotros somos el estanque. Alguien nos lanza una piedra, un desafío, una propuesta y esa vibración que genera nuestra respuesta es la que mueve el mundo. Y no lo dudéis, todo acto tiene una consecuencia. Todo principio tiene un fin (aunque no sea físico) y el amor nos encadena a todos mediante un lazo invisible y poderoso. No hay grilletes más sólidos que la energía amorosa que todos y cada uno atesoramos en nuestro interior.
 

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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