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Lola Gracia

Vivir en el filo

Deseos imperfectos

 

 

 

No estamos locos, que sabemos lo que queremos pero ¿Qué sucede cuando lo que queremos entra en contradicción flagrante con la moral social imperante? ¿Con nuestro estilo de vida? ¿Con lo que hemos sido siempre? ¿Con lo que se espera de nosotros?

La verdad verdadera es que en muchas ocasiones para hacer lo que uno quiere se requieren grandes dosis de valor.  Atreverse a enfrentarte con tus deseos más ocultos y con tus fantasmas no está alcance de todo el mundo.

Vivimos en un mundo distraído. Pasamos de una tontería a otra, sumergidos en la insustancial cotidianidad pero muchos cuentan con un universo paralelo. Lo necesitan. Es la verdad de las mentiras que proclama Vargas Llosa. Algunos prefieren la ficción para sublimar sus deseos más canallas. En el mundo real intentan no romper un plato (sin conseguirlo, claro).

Hace falta valor, ven a la escuela de calor. Claro que sí.

Los terapeutas del XIX y parte del XX han tenido siempre este dilema. ¿Qué hacemos con este sujeto? ¿Lo amoldamos para que sea feliz en este orden moral imperante, castrador, hijoputista y maniqueo?  ¿Le enseñamos a aceptarse tal como es? ¿Con sus locas ansias, sus singularidades y todo aquello le diferencia de la apabullante normalidad? Vaya lío ¿no?

Lo diferente es tachado de peligroso. Lleva una etiqueta y un estigma difícil de borrar. La pregunta que me hago es ¿Por qué habría que borrarlo? ¿Qué más avances científicos y filosóficos deben existir para que aprendamos a aceptar a cada uno tal y como es? Y lo que es más importante ¿Qué revolución tenemos pendiente para que aprendamos a aceptarnos y querernos con todos nuestros defectos y manías?

En sexualidad no se admite la palabra parafilia o perversión, sino peculiaridad. Siempre y cuando no se atente contra la libertad o la integridad de alguien no hay nada “raro” ni “perverso”.  Es más, uno de los primeros intentos de analizar y estudiar la sexología humana y resaltar conductas presuntamente patológicas, acabó convirtiéndose en un manual que tranquilizaba a mucha gente.  ¡Ah!, suspiraban aliviados algunos lectores, ¡hay más individuos por ahí como yo!.

Me refiero a alguna de las once ediciones del tratado Psycopathia Sexualis, escrito por Krafft-Ebing, donde, por ejemplo, la homosexualidad se consideraba una enfermedad; pero también ciertas querencias o prácticas como el fetichismo con zapatos o el masoquismo femenino.

En 1969 la homosexualidad figuraba en catálogo de las enfermedades mentales de Estados Unidos. No hace tanto ¿verdad?. A partir de los sucesos de Stonewald y de la rebelión de parte de la comunidad gay de Nueva York, las cosas cambiaron. Se obligó a la Asociación de Psiquiatras Norteamericanos a realizar un referéndum sobre si ser gay era algo patológico. Dos tercios votaron a favor de eliminarlo de ese catálogo.

Así, Krafft-Ebign, como otros estudiosos de su época (y me atrevería a decir que aún quedan vestigios de ese pasado excluyente) no negaban el instinto sexual pero siempre y cuando estuvieran orientados a la reproducción. A la moral sexual imperante del momento.

Hemos avanzado, sí, pero aún queda un largo camino por recorrer. Viejas creencias como que el instinto y el deseo sexual es más exacerbado en hombres que en mujeres aún permanecen ancladas en nuestro sustrato ideológico.  El orden moral ha sido sustituido por otros órdenes: el psicológico y el insustancial.

Pero, insisto, no estamos locos, sabemos lo que queremos. Aquí el que más y el que menos tiene su punto friki y es saludable. Hay que asumirse y quererse. Y atreverse. Si te quedas parado pensando que evitarás la muerte o el dolor propio y ajeno, ya estás muerto. Si te obsesionas con ajustarte a un molde, te romperás. Tú decides.

 

 

Temas

Relaciones, amor, vida. Lo que de verdad importa

Sobre el autor

Periodista por la Universidad Complutense de Madrid, escritora y gestora cultural. Investigadora de las relaciones humanas. Máster en sexología por la Universidad de Alcalá de Henares. Desarrollo trabajos como directora de comunicación


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