A nosotros mismos. Esa es mi conclusión.
Y es que, en este proceso de desempleo que tan pocas satisfacciones me genera, no puedo evitar seguir pensando que algo he tenido que poner de mi parte para que esto ocurra.
Esa búsqueda de la verdad, algo épico cuando tan sólo se trata de digerir la frustración de un despido que se produjo por escrito, sin contacto directo alguno con la persona que me había contratado 9 años antes, me está haciendo pensar mucho. Quizá demasiado.
El caso es que creo que, efectivamente, hemos puesto algo de nuestra parte para que la situación no sea un camino de rosas. Porque yo estuve otra vez en el paro 6 meses, como ahora, y no tuve la sensación de dificultad que ahora para salir de esto.
En fin, lo que vengo a decir es que si hubiésemos aceptado la compañía de la prudencia, igual otro gallo nos cantaría, o cuando menos no se quedaría afónico.
Me explico. La bonanza económica trajo a nuestros hogares, a nuestras vidas, la posibilidad de huir de la escasez, de la apretura, de no llegar bien a fin de mes una y otra vez, y nos resultó demasiado fácil olvidarnos de ello.
Y no digo que no tengamos derecho a huir de nuestra modesta condición, si es así como vivimos, sino que ese entorno también tenía cosas buenas que enseñarnos y de las que, o no tomamos nota o nos olvidamos demasiado rápido.
Todos apostamos por subir en esa escalera que se construye únicamente sobre cifras, y sobre esas cifras asentamos nuestra hipotética ‘felicidad’. Hasta aquí todo bien, insisto, todos tenemos derecho.
Pero cuando el rumbo ha cambiado, cuando soplan vientos huracanados que se llevan con ellos todos los objetos materiales que pudimos comprar entonces y también lo que creímos nos hacía felices, resulta que estamos como desnudos. Y lo digo como reflexión personal, no como doctrina.
Resulta que, pese a que debiéramos saber de qué se trata, nos pilla demasiado lejos el recuerdo de aquellos días en que los intereses de las hipotecas estaban por las nubes, eran muy pocos -sobre todo jóvenes- los que podían tener coches de más de 10.000 euros y el trabajo era algo que sabías que tenías hoy, pero sólo hoy.
Y por eso afirmo que nos la hemos jugado, nos hemos traicionado a nosotros mismos traicionando la memoria de peores tiempos que tanto nos podría ayudar ahora. Más bien
Pues bien, yo no espero que nadie me saque de esto, ni político ni economista, creo que soy la única persona que me puede ayudar y me voy a poner en marcha. Seguiré contando.