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Isabel Franco

Yo también tengo cáncer

De sopetón

Esa misma tarde teníamos que cerrar un contrato de alquiler, así que me lo monté para que coincidiéramos todos en la inmobiliaria. Firmaríamos y luego, mientras tomábamos un café, les contaría.
Y así fue, tras una comparecencia más que lamentable ante los agentes inmobiliarios y la otra parte (yo estaba desquiciada), nos fuimos a tomar algo para aprovechar la coincidencia y hablar un rato:
– Bueno, como esto no merece dar muchos rodeos, tengo que deciros algo – empecé a hablar como una autómata, no había preparado las palabras y me costaba trabajo orientarme en mi propio discurso – hace unos meses me salió un bulto en el pecho y, después de hacerme unas pruebas, me han diagnosticado un cáncer – Lo solté así, de sopetón, delicada que es una.
Mi madre comenzó a llorar, mi hermana le siguió y mis sobrinas, que jugaban en una mesa cercana, comenzaron también a llorar siguiendo la estela de su madre. Mi hermano, el hombretón de la familia, me miraba con los ojos muy abiertos, sus lágrimas fluían hacia adentro, se le notaba. Y es que la pequeña de la casa les estaba diciendo que le acababan de diagnosticar una enfermedad muy grave, y todo ello sin anestesia. Comenzaron las preguntas, entre lágrimas, y llorando yo también les conté lo poco que había logrado investigar hasta ese momento. Poco a poco fue llegando la calma, mientras a esa misma hora mi marido se desahogaba ante los suyos, al transmitirle una noticia que lamentablemente en su casa llegaba por segunda vez, mi suegra lo padeció hace 11 años.



(Al día siguiente) “Tengo que decirte una cosa, es urgente”, si, le mandé un mensaje al móvil a mi jefe para que me atendiera lo antes posible. Caminaba hacia el trabajo con el parte de baja en las manos y la imagen de mi médico de familia totalmente sorprendida por el diagnóstico que me habían dado apenas 24 horas antes.
Nunca antes había usado este recurso para llamar la atención de mi jefe, por eso esperaba que me contestara rápido, y así fue:
– Qué pasa Isa – me preguntaba al otro lado del teléfono.
– Tengo que decirte algo y no puede ser por teléfono, es lo bastante importante para decírtelo en persona. Llámame a tu despacho en cuanto tengas un hueco, por favor – Ya estaba que me ahogaba y acababa de comenzar el día, uno de los más duros de mi vida.
– Pero qué te pasa, me estás asustando – Es así, no suele rendirse a la primera.
– Mira, vengo de recoger el parte de baja del médico – a estas alturas no podía hablar y andar a la vez, me faltaba el aire – y lo que me ocurre es lo bastante grave como para que insista en contártelo en persona.
– Bueno, te llamo ahora.
Llegué al trabajo como si me hubieran dado cuerda, mientras esperaba que mi jefe me llamara comencé a contarlo como una muñeca de esas que hablan, necesitaba oirme para creerlo. Ante mi noticia, mis compañeros reaccionaban con estupor, cuando te cuentan algo así sientes como se acerca la enfermedad hasta casi tocarte, es estremecedor, lo sé. Y también comencé a percibir el cariño de la gente a través de sus palabras de ánimo; ¡Tu eres fuerte! ¡Ya verás como lo superas! ¡ De esto se sale! ¡Animo que no estás sola!, etc.
– Isa – era Rosa al teléfono – el jefe te llama.
Llegué a su despacho como el que alcanza la meta, la idea era contárselo y salir pitando hacia mi casa, a refugiarme.
Igual de delicada que con mi familia, tomé la palabra:
– Tengo cáncer, en el pecho, me lo diagnosticaron ayer.
Sorpresa y conmiseración se dibujaron en su cara:
– Pero ¿cómo es posible? ¿así, de la noche a la mañana? – me contestó. Estaba hablando la persona, el hombre que se siente más cerca de tí como amigo, no el jefe que ha de decidir cómo suplirte o que puede lamentarse por tu baja, yo lo sabía, y lo agradecía de corazón. Le puse al día de lo ocurrido durante los últimos meses, de cómo lo noté al terminar la lactancia de mi hija, sobre como cada uno de los médicos que me veía me decía que era benigno y acerca de mi insistencia para que me lo quitaran pese a todo. Mientras lo hacía, me abrazó, me reprendió no haber compartido antes con él mis temores -¡que tierno!- y me entregó un objeto que me acompaña desde entonces las 24 horas del día:
– Llévalo contigo, te va a dar suerte y fuerza, yo lo llevo siempre conmigo y me ha ayudado cuando lo he necesitado – Otro abrazo, es cálido, aunque yo estoy en conflicto conmigo misma, la verdad es que había pensado que a nadie le importaría demasiado y no sería tan difícil dar la noticia y salir pitando. Me había equivocado.
Mientras pensaba sobre ello, mi jefe había levantado el teléfono, llamaba al presidente de la junta local de la Asociación Contra el Cáncer, le pidió que viniera y me invitó a volver a su despacho cuando llegara.
Mientras, al salir de allí, volví a soltar la noticia entre mis compañeros como si de un racimo de granadas explosivas se tratara. Además, ese día había pleno, así que todos se enteraron casi a la vez. Los más impactados me seguían a mi puesto de trabajo para hacerme llegar su cariño y darme ánimos, ya se me estaba haciendo muy cuesta arriba seguir. Cuando Pedro Hernández Caballero, el presidente de la AECC de Alcantarilla, llegó, me llamaron inmediatamente.
Volví al despacho de mi jefe y le conté, me miraba muy serio, pero sin dureza, se notaba que se había enfrentado en demasiadas ocasiones a esta situación.

Experiencias vividas en torno al cáncer por una periodista murciana que ha sobrevivido a la experiencia

Sobre el autor

Periodismo. Social Media. Formación. Aprendiz eterna. Sobreviviente del cáncer. Una entre tantos. Ni más, ni menos.


junio 2008
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