Si, se llama así, es la radioterapia la que ha dado lugar a él, así que es justo que lo bautice con su nombre. Luce, a modo de rosa de los vientos un tanto rústica, alrededor de mi pecho y mi axila, señalando los 4 puntos cardinales en que deben fijarse los técnicos dentro de unos días -espero- para aplicar la radiación.
El viernes pasado fui a radioterapia, la segunda vez, y si la primera me encontré con un médico muy serio que me examinó a conciencia, en esta segunda ocasión me he vuelto a encontrar con otro diamante de la sanidad que, con calidez y profesionalidad a la vez, me ha tratado como a una más de la familia. Lo que ya soy.
Y lo cierto es que en torno a los tratamientos estos hay mucho mito, que los propios pacientes creamos sin saber que nos distancia -creo yo- de los demás, y el del tatuaje es uno más. Cuando me dirigía hacia allí no sabía si me iban a tatuar pinchándome varias veces en la zona operada, si sería un dibujo a rotulador, o si a mí me iban a aplicar una técnica nueva totalmente indolora. Puestos a soñar…
Al final ha sido un sesión de poco más de 10 minutos, durante la que me han medido para la máquina que posteriormente me aplicará la radiación, dentro de una habitación donde había un escáner y a la que cruzaban varios haces de luz roja. Allí me han indicado la postura que deberé adoptar en cada sesión y me han explicado las razones. También me han contado que me pintarán con rotulador indeleble, como a los cedés, y me han explicado en qué consiste el tatuaje antes de hacérmelo.
En resumen, ya sé cómo debo recibir la radiación y en qué postura hacerlo, he recibido 4 pinchazos con una aguja para niños, con la que me han introducido tinta bajo la piel, y me han explicado que, aunque tardará años, mis nuevos lunares acabarán borrándose.
Pues bien, no estuvo mal, pero me dio mal rollo. No pude evitar tener la sensación de que todo volvía a comenzar, como con la operación y la quimioterapia. El estómago se me revolvió, la boca se me secó y yo creo que hasta las venas se endurecieron, temiéndose una nueva sesión de ese veneno que las ha quemado.
Afortunadamente después volví a casa con mi familia, me refugié en ellos, y dediqué el fin de semana a disfrutar de momentos con el que vivimos en la piscina el domingo, saltando y nadando con mi hija y mis sobrinas. Eso sí, después me quedo sin fuerzas, como si se me acabara la mecha, y me tengo que tirar toda apagada en el sofá hasta que vuelven.
He tomado una decisión, voy a adelantar mi regreso a la piscina a septiembre. Había pensado retomar la natación cuando acabara todo, pero ahora pienso que tengo que entrenar mis fuerzas para volver a ser fuerte. Lo sé, parece un juego de palabras, pero me temo que la sensación de debilidad que aún tengo vaya a más y no retroceda del todo. Así que he pensado que nadar aunque sólo sea 10 minutos, y pintada como un cede, me puede ayudar.
Bueno, ya veremos que piensan los médicos, que siguen siendo los que tienen la última palabra. El jueves 28 me inyectan la primera dosis de trastuzumab, la terapia biológica que deben administrarme durante un año a contar desde ahora. Mi oncóloga dice que no tiene efectos secundarios.
Seguiremos informando desde la zona del conflicto…