No le basta con bailar. Mover los pies, los brazos y las caderas al estilo de cualquiera de sus amigos televisivos de 2 dimensiones, para ella es poca cosa. Tiene que saltar, y no de cualquier forma, con los dos pies a la vez. Vamos que podría marcarme el tanto de que emula a algún antepasado suyo de las antípodas, si no fuera porque temo que la comparen con un canguro…
Junto a ella, imitándola desde 170 cms de altura, yo, que casi tenía la sensación de estar batiendo uno de esos récords que cayeron en Pekín mientras disputaba mi particular olimpiada, drogada y dopada, este verano.
Ver a una nena de 26 meses de edad saltando a pies juntillas no es ninguna novedad, pero ver a su madre junto a ella, después de 37 años de vida, una operación, 6 ciclos de quimioterapia y 6 sesiones de radioterapia, se ha convertido para mí en una de las escenas más felices de mi vida.
Nos quedamos con el disco de canciones que acompaña a sus libros del colegio, y aprovechamos uno de los 15 días lluviosos que tiene Murcia cada año para quedarnos en casa y bailar, y para gritar; ¡Salta, mamá, salta!¡Pincha otra canción mamá!
Consciente de que no soy más que una madre que quiere a su hija, ni más ni menos que las demás, si que percibo con claridad la fuerza de ese cariño, el más desinteresado y puro que existe. La quiero con locura, es mi sol y mi luna. Desde que me quedé embarazada he sentido el impulso de escribir para ella, para que pueda leer en un futuro cómo viví esta experiencia. Desde que me diagnosticaron el cáncer ese sentimiento es más fuerte aún, pero está contaminado, hacerlo sería comenzar a aceptar una derrota. Y eso nunca.
El tratamiento
Hoy me han dado la sexta sesión de radioterapia, esto va rápido. Comencé el martes pasado, no con pocos nervios, me enfrentaba por primera vez a la tostadora y no nos habían presentado.
– Hola, tengo cita para radioterapia y no sé donde debo dirigirme.
– Si, efectivamente, le estábamos esperando (¡juro que esta vez llegué puntual!). Su acelerador va a ser el número 2, esta que le entrego es la cartilla que tendrá que depositar cada día, al llegar, en el buzón que hay en la puerta, al final del pasillo. Cada mes deberá renovar la cartilla, y guardarlas todas, porque al final le daremos una pequeña ayuda por desplazarse hasta aquí con su vehículo particular.
Yo, como siempre muy obediente, me dirijo al buzón y le tapo la boca con la cartilla blanca.
– ¿Isabel Franco?
– Si, soy yo.
– Pasa, mira en estas cabinas podrás quitarte la ropa de cintura para arriba, antes de comenzar cada sesión. Si llevas pendientes o collares, pues también. Cuando lo hayas hecho, sales y te sientas en esta silla, no entres hasta que te avisemos. Yo me llamo A, y mis compañeros son B y C, nosotros estaremos aquí durante el tratamiento.
El médico atendía al desarrollo de la conversación sin identificarse.
– ¿Qué voy a sentir? He leído tantas cosas ¿calor?¿dolor?¿irritación?
– En principio no debes sentir nada, luego, más adelante, sentirás un poco de irritación en las cicatrices y puede que se quemen un poco al final.
– Estoy nerviosa, me han dicho que esto es menos malo que la quimioterapia, pero no sé cuánto de menos…
– No te preocupes, no va a pasar nada, esto es menos molesto.
En ese momento interviene el médico:
– No vas a sentir nada, ¿cómo estás?
– Estoy nerviosa, por la incertidumbre de este nuevo tratamiento, pero animada y decidida a seguir luchando contra el cáncer y a comenzar a descontar, a partir de hoy, de las sesiones de radioterapia.
– Muy bien, no te preocupes, no vas a sentir ningún efecto secundario. Si acaso, al final del tratamiento, puede que tengas algunas molestias, pero pasarán.
– Isabel – otra vez mi nombre, paso al sitio en cuestión, una sala donde hay una máquina que parece una de esas que te escanean la parte del cuerpo que considera el susodicho especialista.
– ¿Qué?¿Hago ya el striptease? – Se ríen, ahora si les he hecho gracia.
– Hace frío – me quejo por primera vez.
– 22 grados para ser más exactos, ni uno más, ni uno menos. – Me doy por informada, y avisada.
– Hoy vamos a tardar un poco más, por que hemos de tomar unas medidas, pero a partir de mañana será todo mucho más rápido, 5 minutos. Por favor, no te muevas.
Y ahí que me quedé yo, oyendo números y más números “Parecéis sastres más que técnicos sanitarios” les digo, fracasando una vez más en mi intento de ser algo; graciosa o simpática.
– Perfecto, vamos a ello.
Se oye un timbre afónico, como cuando se funde el avisador de que tenemos visita, dura unos segundos y para. Vienen, giran la máquina, suben y bajan la camilla donde me encuentro haciendo el peor striptease de mi vida, y vuelve el timbre. Otra vez se repite el proceso y, cuando ya los músculos de mi cuerpo comienzan a sufrir espasmos, cuando pierdo la noción del control sobre mi misma y mi brazo izquierdo duerme el sueño de los felices, oigo la bendita frase:
– Baja el brazo.
Me están viendo por una cámara, lo sé, y piendo que en esta postura se me tienen que ver hasta los pliegues del cerebro…
Salgo, vestida y animada para tranquilizar a mi marido, que temeroso de que haya sufrido me interroga con los ojos:
– Estoy bien, no pasa nada, no me duele ni nada por el estilo.
– ¿De verdad?
– De verdad, no te engaño. Jose, debes evitar sufrir tanto ante cada nueva situación, esto va a ser un poco largo.
– Voy a sufrir por ti mientras viva, yo soy así.
No sentí nada después de aquella sesión, un poco de nudo en la garganta, pero nada más. El médico acertó. Durante los días siguientes he tenido algunos ‘síntomas anticipatorios’, como los llaman los que entienden del cáncer. Al principio por miedo a fuera ‘menos malo’ que la quimio, pero también malo. Después porque me agobiaba volver a recibir otro tratamiento, son ya 8 meses de guerra. Más tarde porque no me podía creer que no me produjera efecto alguno…
Ahora estoy bien, la semana pasada me radiaron de martes a sábado, debes recibir 5 sesiones por semana. Hoy me han dado la primera de esta semana, la sexta sesión. Esto marcha. La tostadora me rodea el cuerpo en cada ocasión. Primero me manda sus rayos desde la derecha, hacia la moneda de 50 pesetas en que se ha convertido la cicatriz bajo mi pecho izquierdo. Después gira hacia la izquierda y me tuesta el zarpazo que me ha dado el cáncer en la axila, sobaco que llaman en mi tierra. Por último, y esto es algo que nadie me había dicho antes, me mira de frente para radiarme los ganglios del lado derecho del cuello. “Es muy importante que, en este momento, mantengas la cabeza girada, para evitar que te radiemos el músculo”, ¿no estaba yo buscando un mensaje tranquilizador?
Y lo peor de todo, no me estoy poniendo morena. Si estaba claro que este no iba a ser el verano del bronceado…