Se encontró de repente, de madrugada, entre las líneas de una escritora de blog. Sus pensamientos, sus miedos, sus inquietudes, su incierto futuro y su determinación a exprimir su vida.
La buscó en la red y la siguió hasta la intimidad de su habitación, donde la encontró asomada al ordenador portátil que la mantenía conectada al mundo, asombrada por las letras que leía en un mensaje de correo electrónico.
Era una mujer de rostro dulce y extraordinaria fuerza. Decidió dedicar parte de su escaso y valioso tiempo a tender un puente. Un enlace real entre quien golpeaba teclados a ritmo de cardiograma y quien le seguía, latido tras latido. Y así apareció, en Alcantarilla, una mañana.
Estaba hablando por el móvil, pero me reconoció enseguida, el pañuelo en la cabeza me delataba. A ella, mirándola más detenidamente, el atrevido corte de pelo también la enrolaba en mi club.
Para Lola, los significados de timidez o introversión debieron quedar en el fondo de algún cajón durante la infancia. Era una mujer decidida y valiente, y así se presentó.
De repente, y por encima de vallas de cristal de vasos y refrescos, dos pares de ojos se enfrentaron a un espejo. Los mismos miedos, las mismas dudas, las mismas lágrimas asomando cuando sonaban las palabras ‘hijos’, ‘familia’, ‘marido’.
Quienes se disponían a ser nuestros cómplices en aquel robo del sol de octubre, desde una terraza de bar de Alcantarilla, nos miraban con respeto y con pena. Con ese cóctel que se forma en las retinas de quienes nos ven, desde que nos tocó afrontar esta enfermedad.
Pero nosotras encontramos la manera de ponerle una sonrisa a esta terrible coincidencia de la vida que nos llevó a encontrarnos, varias sonrisas. Era un adelanto de las muchas carcajadas que seguro se permitió días más tarde, con su peña, en las fiestas de Torre Pacheco.
Otra cocacola, un bitter para ella, y un ratico más hablando. Del futuro, sea largo o corto. Incluso hicimos planes; visitar las fiestas del pueblo, coincidir con conocidos comunes, disfrutar haciendo lo que nos gusta, y vivir.
Dos besos y un hasta pronto que se prolongó porque, aunque yo llevaba mejor que ella la radioterapia, no encontré las fuerzas necesarias para hacer unos kilómetros en coche.
Una sensación de inseguridad serena, no sé si ella esperaba encontrar su alma gemela (si es que no sabía que las personas como ella no pueden tener gemelos), o simplemente buscaba alguien con quien hablar, sin miedo a hacer daño mientras relataba su realidad.
Una metástasis en la pared abdominal y los 2 pulmones puso a prueba el compromiso de fraternidad que germinó ese día. Una complicación durante el postoperatorio paró su reloj.
Unas cuantas llamadas sin contestar, y días más tarde, la noticia de voz de su marido, Fernando. Otro nudo de pena en la garganta. Otra pérdida cruel. Y la recuperación. Lola no habría aceptado que nadie se sumiera en la pena, estoy segura. Si alguien osa hacerlo, me apuesto lo que sea a que cerrará los puños y se enfadará, desde ese lugar que seguro existe para acoger a los seres extraordinarios que le ponen color a nuestra vida con su existencia.
Desde entonces me cuesta escribir, no quería hacer daño a los lectores de este blog que la conocen. No quería transmitir un mensaje de desánimo. Pero lo cierto es que su experiencia me ha ayudado a asumir, definitivamente, la posibilidad de que la muerte este más cerca que lejos.
Desde donde se encuentre, me ha dado fuerzas para dejar de tener pena de mí misma y disfrutar de lo que quede, que espero sea largo. Y de experiencias como la de conocer a Fernando y participar con él en un homenaje a esta mujer, un almendro en flor en un campo de amapolas.
Y hoy quiero rendir yo homenaje a Fernando, a su entereza, al digno fin que ha dado a la vida de su mujer, que continúa en el precioso recuerdo que tiene de ella. Porque él sigue vivo, poniendo buena cara a la adversidad, y ocultando el gesto sombrío y serio que pretende disimular la pena de una soledad impuesta y dolorosa.
Tú puedes, saldrás adelante. Y para ayudarte, tienes a esas dos joyas que hicisteis juntos, el mejor regalo que Lola pudo hacerte. A ti, y al resto del mundo.