Poco a poco se va haciendo realidad mi reencuentro con la vida. Cada pequeño acto, cada sencillo acontecimiento, se convierte en una razón para sentirme alegre de seguir aquí. Y no es broma. Aquellos gestos que antes podían resultar sosos por monótonos, ahora se han incorporado a mi larga lista de cosas que me gusta hacer.
Y de ello se benefician los míos, claro está, mi tesoro grande y mi tesoro pequeño. Porque ahora disfruto como nunca de cocinar, que antes era un acto reflejo, de tender la ropa o de limpiar.
Durante estas semanas, desde que terminara los tratamientos más fuertes, he procurado tener fe. He querido creer que todo pasaría, aunque muchas veces no lo tuve claro. Pasaba el tiempo y yo seguía arrastrando un cuerpo magullado y débil.
Ahora la fuerza vuelve, y con ella mi confianza en recuperar las riendas de mi vida, y le dedico el tiempo a eso. Ayer, sin ir más lejos, logré caminar más de 45 minutos seguidos. Y la semana pasada salí todos los días a la calle y estuve fuera bastante tiempo. Esos, para mí hoy, son logros importantes.