Esa es la primera y más importante lección que he aprendido de esta experiencia. También es la causa de que, cada vez, encuentre menos tiempo para sentarme a escribir. Y es que, si damos por cierto que la vida se compone de momentos, también lo es que esos momentos no pueden ser programados en la mayoría de las ocasiones.
Para muestra un botón. No, no es el anuncio del coche ese que hace referencia a esto que digo. Os invito a mirar en la mochila del pasado, a asomaros a vuestros recuerdos y analizar, entre los mejores, cuántos estaban programados. Pues eso.
Que al final la vida nos coge por sorpresa en muchas, muchas ocasiones. Que vivimos experiencias que nos sacan de lo cotidiano y esas, precisamente, son la sal que realza el sabor de todo. Hasta de un dolor de muelas.
Y así las cosas, yo no me pierdo una. Que toca sentarse a ver los dibujos animados de la tele con mi hija, pues hala. Que se le apetece ver una vez más, y ya van 20, su película favorita, pues también. Que me echo en la cama con ella y me agarra fuerte y me abraza, pues yo me rompo el cuello en la postura que haga falta para disfrutar de ese instante. Porque eso, y los cariños de mi queridísimo, son algunas de las cosas que más pena me dará perder cuando me marche, que espero que sea dentro de mucho tiempo.
Un golpe de mar
Hace unos días nos dejó Alex , el capitán que con tanto acierto tripuló una embarcación de piratas hasta que la enfermedad le dio un golpe de mar. Le echó del barco a los 16 años.
Esa ola me pilló a mí de refilón. Conocer la noticia de su muerte me sacudió. Era una persona-tesoro, de esas que te enriquecen sin apenas esfuerzo. Un ‘amarillo’ que diría Albert Espinosa . Y seguir caminando ya no va a ser lo mismo. Pero no tanto porque ya no esté, que seguirá mientras no le olvidemos, como porque ahora me doy cuenta de todo lo que me aportó, y pienso llevar conmigo la experiencia de haberle conocido. Durante toda mi vida.
En este punto me rebelo. Lo siento, pero ya no puedo seguir a expensas del dolor que el cáncer me puede causar. Con tristeza, con ansiedad, con pena por los que se han ido y por los que sufren, voy a mirar hacia delante.
El otro día pedí el alta, de manera voluntaria, y me han dicho que en breve recibiré la carta que me permite incorporarme de nuevo a esa vida de superficialidades que la mayoría lleváis. Y lo digo sin acritud, más bien con envidia. Sana envidia ¿Qué digo? ¿Sana?
Para hacerme a la idea, mientras llega el momento, trato de identificar mi entorno…