Ese es el título del artículo de opinión que hoy ha publicado La Verdad en su edición de Murcia. Lo escribí a petición del Director Adjunto del periódico, Mariano Caballero, con motivo de la conmemoración del Día Mundial del Cáncer de Mama. A través de estas palabras, quiero agradecerle que pensara en mí para representar a las afectadas por esta enfermedad.
Es difícil opinar sobre lo que te ha hecho sufrir. Las palabras con que has construido tu relación con el cáncer son demasiado duras para compartirlas en voz alta, cuando menos escribirlas. Aún así, la relación con esta enfermedad no es sólo negativa.
Lo primero que detectas cuando te anuncian que padeces un cáncer es el error. La gran equivocación que has cometido una y otra vez al pensar que si no le prestabas atención no te pasaría a ti, que si no va contigo no irá contra ti. Pero más equivocada aún estaba cuando creí que sabría lo que iba a sentir, porque es la más personal de las experiencias. Al menos de las experiencias que yo he vivido en los 39 años que cumpliré el próximo día 30.
Yo no me hacía las tan mencionadas revisiones mensuales, cumplía con las anuales y poco más porque me sentía una persona sana. Incluso cuando la enfermedad apareció alojándose en mi vida apenas unos días después de quitarle el pecho a mi hija, creí que no podía ir conmigo. Y en esto tengo que afirmar que los médicos, inicialmente, pensaron como yo.
Precisamente por eso, a mi parecer, más importante que el 19 de octubre es el día 20, y el 21 y sucesivos, porque durante estos días nadie nos recordará que nos va la vida en ello y que por eso es importante pasar todas las revisiones.
Pero una vez diagnosticado, mi relación con el cáncer no ha sido sólo de enfermedad, en ningún caso de derrota y mucho menos de desaliento. Mientras asumes que lo padeces y que tienes que luchar te sientes más viva que nunca y comienzas a descubrir cómo late todo aquello que te resistes a perder. Experimentas con la mayor intensidad el verdadero significado de la vida, aunque resulte un tópico.
El transcurso de los tratamientos está sembrado de experiencias que nunca habría podido adivinar. Entre ellas, la de saber que quieres seguir viva porque te descubres a ti misma en la imagen que refleja el espejo cada mañana. Te ves despojada de tantos condicionantes que jalonan nuestra vida cotidiana a pesar de su escaso valor. Eso te da alas, te sientes ligera y quieres volar más allá, más lejos y más tiempo si es posible.
En estas condiciones resulta indispensable confiar en los profesionales de la Medicina. No quiero imaginar lo que podría haberme costado sobrevivir a esta enfermedad sin confiar plenamente en todo el personal sanitario que me ha ayudado a salir adelante. Ellos también tienen nombre, una vida y un corazón que se deja sacudir muy a menudo por nuestra situación.
Pero la profesionalidad y los avances médicos, que tanto bien nos están haciendo a los diagnosticados de cáncer, reclaman la actitud positiva del enfermo para hacer más contundente su éxito. Y para ello el mejor ingrediente es el cariño, el apoyo incondicional de familiares, amigos, conocidos y, en mi caso, incluso desconocidos que a lo largo de los meses se alistan en tu ejército demostrando que la mina del ser humano tiene una de sus más valiosas vetas en la solidaridad. Sentimiento del que saben mucho las personas que cada día contribuyen a ayudar a los enfermos y sus familiares desde la Asociación Española Contra el Cáncer, a través de sus juntas locales como la de Alcantarilla, y de otros tantos colectivos.
Para ayudarte a pasar este tiempo, en que la enfermedad te ha mandado al arcén paralizando tu agenda, nada como las palabras que llegan a modo de transfusión de ánimo en unas ocasiones, y de lluvia ácida en otras. Ésta última es la forma que adoptan expresiones tales como “una larga y terrible enfermedad”, las comparaciones desafortunadas como “es el cáncer de la sociedad” o los peores epitafios; “perdió la batalla”. Porque hay muchas largas y terribles enfermedades, un variado vocabulario para describir lo bueno o malo que le ocurre a la sociedad y, sobre todo, porque no existe batalla perdida ante el cáncer. Sólo el hecho de haber existido, de haber sido tal cual uno se reconoce y de haber compartido momentos inolvidables con otras personas es una victoria tal que ni el cáncer puede acabar con ella.
Por último, admito un fracaso, y es a pesar de haber pedido que dejen el tabaco a todos los fumadores de mi entorno, personas en su mayoría a las que alguna vez he dicho un ‘te quiero’, no he logrado que ninguno me haga caso. Ni uno sólo se ha dejado impresionar pese a verse convertidos en espectadores de primera fila de mi enfermedad. Espero que estas líneas les den, a ellos y a muchos otros, ese empujón definitivo.